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Viernes, 10 de agosto de 2012
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Las axilas de Lee

Los Juegos Olímpicos se plantaron en medio del panorama monocorde de la imagen de las mujeres en los medios aportando una diversidad nada habitual en la pantalla.

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Por Marina Yuszczuk Aunque hace tiempo que la televisión adoptó como patrón de belleza (gracias al auge de las modelos, en parte, y a su coronación tácita como ideal supremo de mujer) eso que llaman “90-60-90”, se podría decir que jamás, a lo largo del año, se ve semejante variedad de cuerpos de mujeres como en las dos semanas en que se trasmiten los Juegos Olímpicos. En efecto, cualquier día del año uno prende la tele y lo más probable es que encuentre, entre actrices, conductoras, modelos, bailarinas y participantes de realities, pocas que se corran de ciertos estándares de “lo femenino”. Y a las que se corren, se trata de traerlas de vuelta, como sucede en los “No te lo pongas”, los “Diez años menos” y ese tipo de shows que siempre encuentran una Doña Rosa dispuesta a demostrar que con un poco de maquillaje, peluquería y guardarropas nuevo, ella también puede cumplir satisfactoriamente con el mandato de “mujer linda”, es decir, con una idea de mujer que puede hacer, decir y pensar lo que quiera con tal de que, al mismo tiempo, pueda ser agradable para la mirada del otro, generalmente masculina. Pero de pronto empiezan los juegos y en las pantallas se multiplican las chicas con pantorrillas supergruesas, las chicas sin tetas, las chicas con caderas rectas como tablas, las nadadoras que ocultan el pelo largo bajo sus gorritos y a veces pueden confundirse con muchachos, las judocas que rugen cuando se golpean o que se trenzan como dos osos en lucha. Lo que impresiona es cómo cada disciplina demanda un diseño específico del cuerpo, que lleva a desarrollar ciertas partes por sobre otras para obtener resultados puntuales, e invita a pensar en cómo muchas veces el cuerpo no se experimenta como un fin en sí mismo sino como un medio-para: en la mayoría de estas mujeres, por ejemplo, tener tetas –que hoy se consideran el atributo femenino por excelencia– es un asunto absolutamente secundario frente a tener fuerza, desarrollar la musculatura de los brazos, espalda y pectorales. Por eso en ellas la belleza se vuelve algo completamente activo, y tiene más que ver con el hacer (con un hacer que se elige desde la pasión) que con el simple “estar ahí”, ansiosas por atraer miradas. Hay algo tremendamente subversivo en estas imágenes, algo que inquieta, que sustrae a estas chicas del régimen de dominación masculina habitual (y a la figura de mujer ideal, que por supuesto es el ideal de los varones, lamentablemente calcado en ojos femeninos que se miran a través de ellos). Esto es así hasta tal punto que muchas de ellas tuvieron que demostrar –porque claramente usurpan territorios que tradicionalmente pertenecen a los hombres– que eran mujeres. El test de género, invasivo, brutal, que desde que se implementó en los sesenta se aplica únicamente a las mujeres, obligó, por ejemplo, a Caster Semenya a someterse a una sesión de fotos de sus genitales antes de que un comité decidiera que podía competir en su categoría. Todo el asunto sugiere, por un lado, que eso de ser mujer es algo demasiado complejo, que todo el tiempo se sale del molde, aunque es de esperar que un evento tan rígido como los Juegos Olímpicos necesite de ese molde tan antiguo de “hombre/mujer” para poner sus reglas (y no contemple la existencia de intersexuales, por ejemplo). Pero, además, lo cierto es que en el día a día de la prensa y de los comentarios de los espectadores, las jugadoras olímpicas pasan miles de veces por otros tests de género, como el que implica hacer de la pesista australiana Seen Lee poco más que una atracción de feria: cuando le llegó el turno de probar su fuerza, Seen Lee levantó 168 kilos que no le alcanzaron para una medalla y atrajo todos los flashes por la cantidad de pelo que tiene en las axilas. Después fue trending topic en Twitter y motivo de burla en titulares de prensa que la bautizaron como “la pesista peluda”, en un contraste fuerte con otras gimnastas o jugadoras de vóley frente a las cuales algunos televidentes afirman aliviados, como si fuera tan importante: “¡Por lo menos ésta parece una mujer!”.

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