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Viernes, 10 de agosto de 2012
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visto y leido

Alta tensi贸n

Negaci贸n, deseo y una melancol铆a desatada componen, en parte, al narrador de Que el mundo me conozca, enredado con una mujer a quien salva de la muerte.

Por Marisa Avigliano
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Tiembla enfundada en una manta prestada y toma sorbitos de caf茅 caliente; un rato antes casi muere ahogada en el mar. Va a ser la mujer de la trama y 茅sa no es la primera imagen que tendremos de ella. La primera es cuando sale de una casa en la que se celebra una fiesta y camina por la playa con un vaso largo en la mano. Tiene puestos unos pantaloncitos cortos, gorra marinera, una remera rayada y es espiada por otro invitado que, aburrido de hablar de nada con nadie, se entretiene mirando sus piernas largas, su balanceo en la arena y el modo en el que se acerca a la orilla y se mete en el agua. La elogia y se consuela cuando demasiado pronto una ola la traga, entonces la contemplaci贸n se convierte en proeza porque el fisg贸n decide saltar la baranda de la terraza, cruzar la playa y salvarla. Despu茅s de la reanimaci贸n 鈥揾ay algas y v贸mito鈥 y del ladrido de unos Cocker Spaniel (la escena maravillosamente contada por Hayes es apenas un anticipo del conjuro de su prosa), todos vuelven a la fiesta sin conmoverse demasiado: 鈥淯na chica as铆 debe haberse pasado de vueltas con los martinis鈥, dice el due帽o de casa mientras el socorrista acu谩tico siente fastidio por tener mojados sus pantalones, est谩n en Hollywood.

Ella, la que prob贸 con el Pac铆fico, quiere ser actriz; su redentor no quiere ser nada, ya es escritor 鈥揹ej贸 moment谩neamente su residencia en tierra neoyorquina (que incluye mujer e hija de ocho a帽os) para escribir guiones en Los Angeles鈥 y juntos son los protagonistas sin nombre de la novela en la que Alfred Hayes (1911-1985, autor tambi茅n de Los enamorados), con herej铆a exquisita e insidiosa, devela la verdad bifronte del amor. 驴Qu茅 hace ese hombre casado hace quince a帽os enred谩ndose con una chica de pueblo que, seg煤n 茅l, no tiene sentido del humor ni encanto? Se enamora y se aburre, podr铆a ser la primera respuesta; librarla del suicidio salado ha sido como pescar un duelo infinito del que no se salvar谩 ninguno de los dos, podr铆a ser la segunda.

Como ella le interesa de a ratos, 茅l se entretiene contando la historia que los une. Ella exagera, 茅l est谩 en Babia. Binomio perfecto. Su voz es cruel y austera, sin embargo conoce la arrogancia del dardo en el detalle y sabe cu谩ndo es imprescindible detenerse en el dobladillo de las cortinas, en las botellitas de Chianti vestidas de mimbre o en los primeros compases de 鈥淢y Melancholy Baby鈥. Porque como en un thriller perfecto, todo encaja sin que se noten las junturas y nada disuade ni entorpece la sensaci贸n agobiante de desencuentro que 茅l siente mientras la descubre pat茅tica y atractiva, ni mitiga la tensi贸n fatal sobre la que hace equilibrio cuando quiere tenerla cerca y cuando quiere sac谩rsela de encima. El deseo est谩 ah铆 y se desconecta f谩cil, dice Hayes inclemente y sencillo. 鈥淨uer铆a que saliera de ah铆 y que saliera de mi casa; no me importaba c贸mo, si sobre sus piernas o no, si enferma o no, ni ad贸nde iba a ir o qu茅 har铆a despu茅s (...). 驴Me escuchaba? Maldita puta.鈥

El sexo insinuado 鈥揺l lector s贸lo comparte el momento en que se desabotonan las camisas o los besos que ya fueron dados鈥, las confesiones que huelen a alcohol, las creencias pueblerinas y los desprecios urbanos arrojan una granada que estalla sin iron铆a ni consuelo. 鈥淓n ese momento pens茅 en un poema de Baudelaire: el amor, sombr铆o en su escondite, tensaba el arco fatal. Las flechas eran crimen, horror, locura. Pero no, s贸lo era una chica, un poco infeliz, sentada sobre una alfombra ante un fuego peque帽o. Baudelaire y yo exager谩bamos.鈥 Una novela buen铆sima en la crueldad, y el elogio no es desmedido.

Que el mundo me conozca
Alfred Hayes

La Bestia Equil谩tera

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