–Vengo trabajando con este taller como una herramienta desde el teatro para personas que no quieren ser actores ni actrices, pero buscan una experiencia con la comicidad como espacio de creatividad. En la búsqueda se imprime el objetivo de cambiar la mirada sobre uno mismo, para luego experimentar con la risa y la mirada hacia los otros. Es un hecho individual en el que cada uno hace su viaje. Estoy trabajando con personas de la tercera edad sobrevivientes del Holocausto en la resignificación de ese hecho y en poder retraducir su aquí y ahora. Es increíble ver a las mujeres experimentar sin miedo al ridículo, vinculándose a través de la risa. Tiene que ver con lo ideológico, lo social, con sumarse, con proponer, con la convivencia, todas características que hacen a un buen decir y a un buen escuchar, hoy tan deteriorados.
–Una libertad y una búsqueda relajadas. Desde mí no hay una mirada de exigencia y además está ese algo donde pueden trabajarse zonas que no van a abordarse fuera de un taller de humor. Eso les produce una alegría tremenda a las personas que asisten, que terminan quedándose porque el después es bueno para ellas. Quedan resonando historias porque la vivencia es muy fuerte. Es algo así como un buen banquete del que recordás ese buen sabor.
–Primero debo pensar en el producto: sería una cama elástica o un tatami: saltar y salir adelante sin moretones, con la eterna posibilidad de rebotar. Sin duda, mi slogan sería “El buen caer”.
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