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Viernes, 14 de septiembre de 2012
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visto y leído

Muy cerca de Muriel Spark

Entre la construcción de la propia imagen y la revisión del pasado, Muy lejos de Kensington muestra la mejor versión de Spark, una escritora fundamental que no sólo cuenta buenas historias, sino que se aleja de los estereotipos femeninos para generar complicidad con sus lectores.

Por Malena Rey
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Muy lejos de Kensington
La Bestia Equilátera

254 páginas
Traducción de Maribel de Juan Guyatt

Muriel Spark es una de esas escritoras imprescindibles, con una obra sólida que atraviesa el siglo XX (nació en 1918 y murió en 2006, a los ochenta y ocho años), y que siempre cumple: escribe muy bien y cuenta historias que motivan a seguir y seguir leyéndola. Después de Memento mori, Los encubridores y La intromisión, todos editados por La Bestia Equilátera, editorial independiente que la relanzó después de años de injusto olvido, es el turno de Muy lejos de Kensington, una novela ágil, fresca, divertida, ingeniosa. Narrada por la ácida e insomne señora Hawkins (alter ego de la autora), la historia se centra en la vida cotidiana en una pensión londinense de la década del ’50 y en la psicología de los personajes que la habitan, como si se tratara de una familia ensamblada disfuncional, pero cómplice: una costurera polaca paranoica y fácil de influenciar, un matrimonio silencioso, Milly, la dueña y administradora, y William, un estudiante de Medicina, secundan a Hawkins, una viuda de guerra joven, de 28 años, que luego de la muerte de su esposo tuvo que empezar de nuevo y se convirtió en editora y asistente. Hawkins es también una mujer gorda que no aparenta la edad que tiene sino algunos años más, y sus percepciones, conscientes de esto, alcanzan una sutileza y una sinceridad a prueba de prejuicios, como cuando aclara que gracias a su “musculatura fuerte, con un busto inmenso, caderas anchas, fornidas y largas piernas, vientre abultado y trasero gordo” consigue que la gente confíe ciegamente en ella: “Yo tenía un aspecto cómodo. Más adelante, cuando decidí ser delgada, noté inmediatamente que la gente no me contaba tanto sus pensamientos, ni los hombres, ni las mujeres”.

La historia de Hawkins tiene varios niveles que se imbrican: la relación de ella con su pasado (el pasaje en que narra cómo conoció a su marido y sus breves encuentros con él durante la guerra es imperdible) y cómo consigue reinventarse física y afectivamente (decide bajar de peso en secreto); sus juicios literarios ante jefes aprovechadores y escritores oportunistas sin talento; y sobre todo los vínculos que establece en la pensión, que dan pie a una intriga pseudo policial en torno de una serie de mensajes anónimos que recibe Wanda, la costurera polaca, y una seguidilla de equívocos, con prácticas radiofónicas sospechosas y una muerte incluida. Pero de todos esos niveles, lo que importa es cómo el personaje se hace fuerte a través de la experiencia y la autocrítica: la señora Hawkins transmite seguridad hasta cuando se muestra más vulnerable, y es intuitiva, pero también solidaria, infalible y tozuda.

Parte del encanto de Muy lejos de Kensington reside en que está apuntalada por una serie de consejos que se ofrecen “gratis con el costo del libro”. Esa cercanía de Spark con sus lectores alcanza grandes momentos (“aconsejo a cualquiera que vaya a casarse que, antes de hacerlo, vea a su pareja cuando está borracho”), que avivan un eco que permanece después de la lectura. En la novela hay claves para concentrarse (conseguir un gato), para bajar de peso (comiendo todo, pero la mitad), para conseguir trabajo, y para empezar a escribir, como si la literatura también pudiera ser útil para vivir mejor.

Sin caer en sofisticaciones innecesarias y a la vez con un uso poderoso de la observación, Spark nunca quiere demostrar algo que no es. Eso se agradece, esa sinceridad de sus personajes, entre la complicidad y la confesión. Da la impresión de que toda su maestría está ahí, a la vista de quien quiera disfrutar de leerla.

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