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Viernes, 22 de febrero de 2013
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dixit

Susurros

Por Marta Dillon
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Es imposible no verlos: fondo rojo, grandes y sobre todo pocas letras blancas; más la figura de Francisco de Narváez a escala mucho menor, oficiando apenas de mensajero de una contienda privada entre “ella” y “vos” el último pronombre bastante mayor en tamaño que el primero, porque lo importante, parece, es a quien se está “apuntando”, como si ese “vos” necesitara ser despertado, anoticiado, golpeado en el pecho con el dedo erguido. El, el que firma, el político, se ofrece para la tarea y más; acompañante terapéutico de una decisión que debe ser tomada entre “Ella o Vos” se manifiesta en plural, “estamos con vos”. Hay otra versión de los mismos carteles de campaña, dice “Ella tiene un límite, Vos”, siempre con el mismo final consolador del que firma, apoya, respalda, está con vos. ¿Estará muy solo “vos”? Todo hace suponer que sí, por algo se le habla directamente. No tiene la contención de un grupo, parece haber sido avasallado al punto de la amenaza de disolución, no hay lugar para los dos, es “Ella o Vos”. Ella, la otra. La primera otredad a la que cualquier varón que se reconozca como tal accede, al menos en este sistema binario de géneros, tan bien definido y sostenido. Una otredad arcaica y no por eso menos construida. ¿Será por eso que siento que el “vos” no me nombra? En cambio se percibe, de inmediato, una incomodidad creciente frente al mensaje. Una corriente de violencia que no es sólo hacia “ella”, la Presidenta. “Ella” es un arquetipo amenazante, fuente de temores tales que no tienen nada de fantasmático, se aniquilan con sangre sobre cuerpos reales: si se hiciera un calendario para recordar los nombres de las mujeres que mueren en Argentina por violencia de género, esa que destruye sólo porque delante tiene a una “ella”, habría un nombre para cada día. Y cada año esos nombres se renuevan. Ellas, con sus nombres, muertas por la mano de quien se cree amo, quien se cree engañado porque ya no es amo, quien se siente amenazado con la disolución de su sacrosanta identidad de macho por la creciente diversidad y libertad de lo que no alcanza a definir ese “ella”. Y siempre con el susurro en el oído de otros que están ahí, respaldando, diciendo esto mismo, es ella o vos, que no salga, que no se vaya, que no te humille, cojétela, está para eso, mirá cómo se exhibe, le gusta, dice también el bisbeo mediático. Discursos y acciones que circulan así, con esa violencia naturalizada, que se resisten a retirarse, que suelen encontrar consuelo y respaldo en lo que queda escrito, tanto en los medios como en demasiados fallos judiciales. Ella no entiende, no responde, y entonces se comprende la “emoción violenta”. O, en primera instancia, que un pastor religioso aproveche su poder para abusar de dos niñas y embarazarlas porque en su clase social tener sexo siendo niñas es “normal”. (Cojétela, está para eso.)

Pero los carteles de campaña no se tratan de nada de esto ¿verdad? Salvo por la elección de reducir a la Presidenta a “Ella”, alguien que, según la solicitada que terminó de explicar la campaña el miércoles pasado, “gobierna según el humor con el que se levanta a la mañana”. La loca, el “ella” arquetípico ¿hay algo más amenazante? Cambiante, impredecible y encima con la intención individual de perpetuarse en el poder. En pocas palabras, en blanco sobre rojo, apenas ordenando los pronombres y los géneros, esos susurros que convalidan, respaldan, amparan o perdonan la violencia de género encuentran un discurso público donde anidar confortablemente. Una campaña política que da por sentado que “vos” tenés miedo y estás amenazado por “Ella”. Y por eso hay que borrarla del mapa. Es “Ella o vos”.

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