Un frenesĂ caoba se ahoga en los labios de lava o liquen como si hubiera perpetrado una Ăntima herejĂa de regularidad. Tiene el pelo corto, más corto que cuando era rubia y lucĂa un bikini negro en InsĂłlita aventura de verano –la pelĂcula de Lina WertmĂĽller de 1974 que protagonizĂł con Giancarlo Giannini–, está dando una entrevista, habla de lo que sabe y de lo que simula, está enferma.
Mariangela Melato muriĂł a causa de un cáncer de páncreas el Ăşltimo 11 de enero y fueron sus amigos los que miraron a cámara para recordarla. HabĂa nacido en Milán y antes de cumplir los veinte años, y despuĂ©s de pintar carteles, estudiar arte en la Academia de Brera y armar vidrieras, ya formaba parte de la compañĂa teatral de Fantasio Piccoli; se sumaron con los años los nombres de Dario Fo, Luchino Visconti, Elio Petri y Claude Chabrol. Ver su cara en la pantalla es ver una Ă©poca. Hizo más de cincuenta pelĂculas: MimĂ metalĂşrgico, Todo modo. Entre obituarios y semblanzas como si se oyera llover a la distancia y se hiciera de tripas corazĂłn, la RAI mostraba escenas de su Medea, su amigo Giannini usaba la palabra tragedia mientras decĂa que Ă©l se habĂa convertido en un espectador de su talento. Entonces irrumpe Lidia en la pantalla. Lidia es la mujer de LulĂą Massa (Gian Maria VolontĂ©) en La clase obrera va al paraĂso de Elio Petri, está mirando a los compañeros de lucha de su marido que están escondidos en su casa porque los busca la policĂa, los mira y les dice que no los entiende, que sĂłlo gracias a los patrones tendrán un porvenir seguro, “yo comunista no serĂ© nunca”, grita Lidia (una Melato asustada en la exaltaciĂłn), “me gusta el visĂłn y algĂşn dĂa lo tendré”, y entonces instantáneamente su cara reluce belleza en medio del departamento oscuro, una belleza que ella misma negaba, decĂa que era extraña, nunca bella. Esto no lo entenderĂa ni aceptarĂa nunca Mara, la jovencita de Caro Michele (pelĂcula basada en la novela de Natalia Ginzburg) que Mariangela compuso con abrumador histrionismo. Su mamá era una italiana alegre y extrovertida, su papá un alemán duro (“sĂłlo en apariencias” siempre aclaraba ella) con el que se sentĂa más cĂłmoda y afĂn. Cuando Mariangela, una de las actrices más celebradas y populares de la penĂnsula, la diva setentista, mueve la cabeza y se rĂe con esa boca inmensa llena de dientes, un arsenal portuario de admiraciĂłn se rinde ante el ventanal gigante de la espera, ese rictus es apenas un aviso, una sonora campanada final antes de que todos empiecen a correr por las calles del pueblo, van al cine donde a la tarde vuelven a dar una pelĂcula de la Melato. ÂżSe la verá como en Fedra o como en las comedias de Pirandello y Shakespeare? ÂżSerá la SalomĂ© de Amor y anarquĂa? ÂżO será la Nora de Ronconi, la Nora de Casa de muñecas, inquieta en la ingenuidad y profunda en la emancipaciĂłn, perturbando cualquier hito y desmontando cualquier prejuicio? Todas esas juntas, dice una mujer sentada en la penĂşltima fila, porque la señora Melato podĂa ser tan cĂłmica como oscuramente dramática, y lo podĂa ser porque su cara transmitĂa siempre una serena beatitud.
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