“El feminismo es un venenoâ€, sentenció la dirigente conservadora Margaret Hilda Roberts de Thatcher a uno de sus consejeros, el historiador Paul Johnson. La frase, lapidaria, anularÃa de arranque cualquier intento de análisis para esta columna si no fuera por la invitación a un debate histórico e incómodo sobre feminismos de derecha o de izquierda. La baronesa Thatcher fue enterrada el miércoles al cabo de unos funerales con honores comparables a los de Winston Churchill en 1965, salvo por los gritos de “¡Maggie, Maggie, Maggie. Muerta, muerta, muerta!â€, que profirió una multitud entre pancartas con la leyenda “Estoy aquà por todos los que murieron en su guerra, en la pobreza o en la desesperaciónâ€. Nadie, ni la reina Isabel II ni los 2000 invitados a la ceremonia en la catedral londinense de San Pablo eludieron la consigna “No estoy content@ con pagar el funeral de Thatcherâ€, valuado en unos 12 millones de euros. Y he aquÃ, en la calle, donde surgió el dato revelador, porque la mayorÃa de las manifestantes fueron mujeres. Las que en los setenta palparon el recorte brutal del gasto social; las que en los ochenta acompañaron y participaron de las movilizaciones obreras; las mujeres de los mineros que encabezaron las huelgas de hambre y las de los nueve que fallecieron en esa lucha. Hasta su muerte, ella encarnó al neoliberalismo feroz. Esas mujeres celebraron el deceso (no como castigo divino sino como el cierre de un ciclo nefasto) porque padecieron tempranamente la hilacha ideológica que en 1970 impuso recortes al sistema educativo estatal. Una de las primeras medidas de la flamante ministra de Educación y Ciencia consistió en suprimir la distribución de leche gratuita para alumnas y alumnos de entre 7 y 11 años. Entonces se ganó su mejor mote, “Milk Snatcherâ€, “La Robalecheâ€. “¿Aprendà algo de ella? Noâ€, dice Gro Harlem Brundtland, de 87 años, defensora de la igualdad de las mujeres y primera ministra de Noruega en 1981, dos años después que Thatcher. “Cuando le pregunté cómo pensaba aumentar la participación de las mujeres en su gobierno, se limitó a decirme que habÃa pocas calificadas en el parlamento británico.†Durante sus 11 años como primera ministra, entre 1979 y 1990, sólo se rodeó de hombres, exceptuando a Janet Young, presidenta de la Cámara de los Lores. Según la publicación anarquista madrileña Todo por Hacer, marcó la pauta de un feminismo institucional o de Estado, que “para explicarlo podrÃamos hablar de un intento de lavado de cara de los gobiernos y partidos polÃticos, incluyendo entre sus filas a sectores discriminados de la sociedad, en este caso mujeres. (...) El feminismo de Estado se encarga de apaciguar la verdadera lucha feminista. Se ha inculcado en la sociedad una corriente feminista consistente en igualar a la mujer al hombre dentro del capitalismo, y eso no es un feminismo emancipadorâ€. Algunas autoras sostienen que a Thatcher sólo la obsesionaba la economÃa, por eso no les resulta contradictorio que votara a favor de la iniciativa de Leo Abse para despenalizar la homosexualidad y de David Steel para legalizar el aborto. La escritora feminista Beatrix Campbell asegura que “nunca hizo nada para convertirse en modelo de otras mujeres. No ejerció el poder diciéndoles `Pueden ser como yo`, sino afirmando `Soy una excepción’. Thatcher odiaba el feminismo. Era elitista, nunca fue igualitaria. Dio un rostro femenino a un proyecto polÃtico profundamente patriarcalâ€. Desde el sitio Señoras que hablan de música. Sexismo cotidiano en la cultura pop, la cantante feminista del pop independiente británico Tracey Thorn, famosa por su activismo anti Tory en el colectivo setentista Red Wedge, pregunta si “¿se verÃa de otra forma la muerte de Thatcher si hubiera sido un hombre?â€. Admite la necesidad de contar entonces con mujeres poderosas como referentes, “pero si iban a utilizar su ejemplo para rechazar abiertamente y denigrar los propios movimientos sociales que las habÃan ayudado a llegar donde estaban, sólo se las podÃa considerar enemigas. La evidente aversión y el recelo de Thatcher por las mujeres la llevaron a rodearse de hombres mediocres, a no procurar el progreso de otras mujeres de su partido y, por supuesto, a no hacer ninguna polÃtica de apoyo a las mujeres ni en el hogar ni en el empleo. (...) Pero cuando veo una pancarta proclamando con orgullo y alborozo ‘La zorra ha muerto’, sigo sintiendo que es una reacción que quizá sólo una mujer poderosa podrÃa provocar y que la violencia implÃcita y el odio encarnado en esa frase es algo que todas las mujeres todavÃa debemos temer, con motivos suficientesâ€.
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