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Viernes, 26 de abril de 2013
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fotografia

Placebo para ausencias

La fotógrafa Lucila Quieto expresa en su muestra Filiaciones las diversas formas de sentir a su padre, Carlos Quieto, detenido-desaparecido antes de que ella naciera.

Por Noemí Ciollaro

Cómo imaginar las manos de un padre al que no se conoció. Cómo sentir el roce de su piel, la bienaventuranza de una caricia, el gesto de su dedo en el reto. Cómo alcanzar un abrazo de esos brazos que nunca abrazaron, cómo evocar esa voz que nunca se escuchó, sus inflexiones, su firmeza. Cómo saber qué gestos de ese padre, cuya sangre circula en las venas propias, se repiten en una misma, se replican ante la felicidad o el dolor, en la vigilia o en el sueño. Estas y otras preguntas son las que bullen en el interior de Lucila Quieto, hija de Carlos Quieto, militante detenido desaparecido el 20 de agosto de 1976, cuando ella estaba en la panza de su madre.

Hace años que Lucila trabaja para restituir ese contacto fundacional con su papá. “Mi papá” dice cuando crea y experimenta con él, por él, sobre él, para él, en esa voluntad arrasadora de capturar lo que nunca tuvo y que su imaginación provee hasta límites inéditos en una suerte de placebo para la ausencia, que sin curar abriga y refugia. De esa materia nacieron las tres secuencias de su obra artística, Arqueología de la ausencia, a la que siguieron Campos Clandestinos y Collages, que integran Filiación, la muestra que inauguró en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, en la ex ESMA.

Carlos Quieto era un niño de mirada profunda y lejana, rasgos fuertes, cabellos prolijamente peinados. Se lo ve en una foto carnet, a los 8 años. Pero en relieve, sobre la misma foto un collage de pétalos y hojitas de helechos y ramitas rodean ese rostro, lo abrazan, lo contienen creando una insólita ensoñación.

En Arqueología de Ausencia lo que hizo Lucila fue incluirse en fotografías junto a su papá. Creó una técnica a partir de la cual muchos hijos de desaparecidos pueden hoy tener una foto con el padre o madre de los que han sido privados. Esas imágenes son fugaces, remiten a lo que no pudo ser eliminado, a la vida que gana la batalla y que a pesar de la voluntad de los victimarios convierte en posible aquello que ni las mentes más alucinadas hubieran llegado a imaginar. “Después dejé un poco la fotografía y empecé a jugar con los collages, a pensar en cuáles son las imágenes que uno puede tener del cuerpo de su padre o madre. Yo no lo vi nunca a mi papá, pero puedo tratar de reconstruir imaginariamente cómo era, cómo sería, su contextura física a partir de su hermano que queda vivo, tomar las fotos de sus otros hermanos, de mis primos, ver la altura, el pelo, la voz de mi tío. Ver a mi propio hijo Vicente (8) que me hace acordar a esa foto de mi papá a la misma edad. Y sobre eso trabajé para completar Filiaciones cuando me invitaron Eduardo Jozami y Cristina Fraire a exponer. Pero no trabajo sola, integro el Colectivo de Hijos y lo que hago tiene mucho que ver con lo que pensamos en conjunto, cómo compartir las ceremonias fúnebres de aquellos compañeros que pudieron ubicar los restos de sus padres”, relata.

Filiaciones se completa con una serie de cuatro videos documentales producidos por hijos de los desaparecidos Francisco Enrique Tiseira, Osvaldo Víctor Mantello, Juan Carlos Arroyo y Juan Manuel Corral. En ellos puede verse de qué manera decidieron hacer ceremonias de entierro de los restos de sus padres recuperados por el Equipo de Antropología Forense. En el caso de Corral, cuyos restos no pudieron ser ubicados, su hija Mariana realizó una ceremonia simbólica el Día de Todos los Muertos junto a la comunidad boliviana, en el cementerio del Bajo Flores. El impacto de estas producciones es poderoso y refleja la forma en que cada uno tramita sus intentos de duelo.

Lucila juega con las fotografías familiares, busca en su tío Vasco los rasgos de su padre, pone en paralelo fotos de su tío Roberto Quieto también desaparecido, de niño y de adulto; imagina cómo sería su papá ahora y compara con abuelos, tíos, primos creando climas alucinados en el juego de los tiempos que se funden en la fantasía y dan lugar a imágenes surrealistas.

Hasta el 2 de junio en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, Av. Del Libertador 8151.

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