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Viernes, 25 de octubre de 2013
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Muestra

La restauradora

El hombre con el hacha y otras situaciones breves, retrospectiva de Liliana Porter en el Malba, desnuda las obsesiones de la artista por la realidad y su representación.

Por Cristina Civale

El mundo imaginario de la artista visual Liliana Porter (Buenos Aires, 1941), que abrió paso al trabajo de la mujer en su área, se exhibe por primera vez en el Malba. Porter ideó una instalación de sitio específico, es decir, pensada exclusivamente para la sala del primer piso del museo, y la llamó El hombre con el hacha y otras situaciones breves, donde a través de objetos encontrados en ferias, mercados de pulgas y otros sumideros que anidan objetos diversos –incluidas tiendas de aeropuertos–, organizó un mundo caóticamente ordenado para caer una y otra vez en la narración del tema que la obsesiona: la realidad y su representación.

Aquí Porter relata visualmente con la contundencia rotunda y precisa de un haiku. La instalación se planta sobre un conjunto de tarimas planas, de diversos tamaños, en las que algunos personajes de su casting habitual se dedican a tareas específicas: construir y destrozar, esparcir y recoger, ir y regresar, limpiar, barrer, levantarse, caerse, derramar y tejer, entre otras actividades.

En una punta se encuentra un muñeco minúsculo, es el hombre con el hacha, un posible comienzo si se atiende al título, que le da al personaje un protagonismo paradójico considerando sus escasos cinco centímetros y teniendo en cuenta que en las antípodas se encuentra una mujer, igualmente diminuta, que con un rastrillo barre un polvo rojo del piso.

Le preguntamos a Porter en la inauguración por qué decidió llamar a su muestra El hombre con el hacha... y no La mujer con el rastrillo... ya que ambos cuentos visuales tienen una presencia poderosa y simétrica en este mundo que una vez más en la obra de la artista vuelve a cuestionar la efectividad de la representación. Porter no pareció comprender la dimensión de la pregunta o la obvió y simplemente contestó: “Porque este hombrecito fue lo que encontré en una feria ya no me acuerdo de dónde, no era una mujer”. Volvimos al ataque tratando de indagar por qué el centro se ubicaba en el hombre que destruía y no en la mujer que limpiaba, creando un espacio claro para la iniciación de un nuevo mundo. Porter se encogió de hombros.

Más allá de estas dudas, que nos hacían cuestionar la arbitrariedad del nombre y leer toda la obra en clave hacha y destrucción, el texto escrito por la escritora y crítica Graciela Speranza intenta una explicación: “Para que el hombre del hacha destruya, Porter, en la dirección inversa del tiempo, compone pieza a pieza los pedazos, reconstruye. El suyo es un tiempo más flexible y más incierto, en el que es posible destruir y a la vez componer, optar por una alternativa sin perder las otras, alumbrar a un hombre con un hacha y también a un jardinero que riega sus plantas en medio del desastre”.

Porter experimenta con la pequeña y la gran escala, rearmando la instalación presentada no hace mucho en la Fundación YPF, con distintos sistemas y niveles de representación, con figura, color y vacío, con la mancha y la línea. Son objetos que cobran una doble existencia, explicó. “Por un lado, son mera apariencia, adornos insustanciales, y al mismo tiempo tienen una mirada que puede estar animada por el espectador, capaz de dotar a las cosas de interioridad e identidad. Cuando convergen y conviven cosas, me resultan situaciones atractivas. Estas reflexiones sobre el sentido y la sustancia de lo que llamamos realidad, son las constantes de mi obra.”

Y el hombre con el hacha (que incluye a la mujer con el rastrillo y un piano tamaño natural arrojado en uno de los extremos de las tarimas junto a un entrevero de sillas también a escala real) arma del desván de su imaginario el patio trasero donde se atreve a mostrar una suerte de making off de lo que serían sus obras, que cotizan en mercado. Esta instalación es un muestrario preciso pero también didáctico, un peregrinaje-parade donde se desvanece y reposa el corpus de su obra y la pregunta sobre la identidad, aun en el énfasis de los muñequitos y los objetos inmensos, queda como una deuda que su obra aún atinó a contestar. Quizá porque aún esté demasiado viva, demasiado in progress a pesar de su fatua contundencia. Y eso le da gas para seguir indagando en esas representaciones-figuraciones de lo real que se conjugan en un género incierto.

Hasta el 24 de febrero de 2014, en el Malba. Av. Figueroa Alcorta 3415.

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