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Viernes, 25 de octubre de 2013
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escenas

Tan hermosas

Con nueva puesta, La Varsovia, de Patricia Suárez, se aventura en una construcción plástica y musical sobre trata, rufianes y explotadas.

Por Alejandro Modarelli

En toda historia sobre la profusa prostitución en la Argentina se evocan siempre aquellos años entre fines del siglo XIX y primeras décadas del XX, cuando Buenos Aires y Rosario operaban como uno de los mayores destinos sudamericanos de lo que, hasta no hace mucho, se llamaba trata de blancas. Puertos fantasmáticos y prodigiosos para esas mujeres pobres de países europeos amenazados por las guerras y las invasiones, chicas mayormente polacas, engañadas por rufianes (el cafishio polaco escondido en la falsa organización de socorros mutuos judía La Varsovia, renombrada después la Zwi Migdal, o ese otro explotador ignorado por los antisemitas, el macró francés) con promesas de amor o falsos casamientos, a menudo compradas a precio infame a sus propios padres. O a veces sin que mediara otro engaño que el de un futuro donde el milagro no tuviera nombre de marido sino de salvífica sociedad comercial.

Mientras hacía su investigación para “la trilogía de las polacas”, Patricia Suárez se encontró con la extraña historia circular de Raquel Liberman: la más famosa de las mujeres engañadas por la Zwi Migdal, que consiguió denunciar a la organización que la explotaba y así zafó de su encierro. A pocos años de lograr su libertad y con un local propio de antigüedades, Raquel se enamoró de un hombre que, en un giro de posición, la devuelve al burdel. ¿Qué le pasó por la cabeza y el corazón a esta mujer polaca que había luchado por su soberanía, experta en rufianes, para dejarse engañar otra vez y regresar al estanque donde se había ya hundido? La pregunta podría haber sido extraída del poema de Néstor Perlongher, “Por qué seremos tan hermosas”, aunque el poeta ahí se refiera a las maricas que caían bajo los criminales designios del chongo, “el monstruo que mora en las esquinas”, al que le abrirán la puerta de la casa. Pulsión de repetición –caeremos muchas una y otra vez–, deseando extraer de esa cadena de causa-efecto (negándole su poder soberano) nuestra ración de goce maldito. “Chorreando la felonía de la vida”, escribirá Perlongher.

Habrá que preguntarse entonces si, como al chongo asesino de las locas perlongherianas, el rufián de las polacas de Patricia Suárez emerge de los sueños de abolición de las protagonistas Rachel y Mignón (Virginia Jáuregui y Valeria Cohen), en viaje sobre el océano de Europa a Buenos Aires, un divagar sobre el territorio de la melancolía.

Un proverbio polaco precede La Varsovia: “El agua, el fuego y las mujeres nunca dicen basta”. En esta nueva versión, a diez años de su primer estreno, la directora y coreógrafa Marcela Robbio, a diferencia de su predecesora, incorpora en la puesta al rufián Schlomo. Este (Daniel Payero Zaragoza) es el gran protagonista ausente en el texto de Patricia Suárez, y para Robbio debe estar en escena como una especie de perverso ojo de Dios. Con gran intuición, pone en boca del psicópata aquel proverbio polaco. Uno se siente tentado de pensar que sus méritos en el oficio de proxeneta son meros préstamos de un ritual sacrificial –mujeres que, negando la realidad, no pueden en el amor decir basta–, a la vez que efecto de lo político (en el origen de esa suspensión de la realidad hay milenios de dominio masculino). Por tanto, Schlomo quizá, como el segundo esposo de Raquel Liberman, no termine de entender a sus propias víctimas. No las entenderá ni antes, ni después, porque Liberman volverá a luchar por su propia libertad, también hasta nunca decir basta.

Marcela Robbio, no sin humor, convierte la conversación en la pequeña borda del barco, que en cada una de las cuatro escenas cambia de posición, donde los recuerdos, los secretos, las mentiras que intercambian Rachel y Mignón corren paralelos al agua y a los olores. Robbio resignifica el cuerpo de La Varsovia y hace del diálogo de las mujeres el devenir de una coreografía maravillosa, con el aporte del bailarín Payero Zaragoza y el redescubrimiento de la música klezmer del grupo polaco Kroke. Es en esa aventura plástica y musical donde la obra consigue afirmar la intensidad del texto. A medida que el barco cruza la línea del Ecuador, pasa Río de Janeiro y se va acercando al destino, desborda el habla de las mujeres. Y nos acercamos, sorprendidos, a unos cuerpos femeninos que van quedando privados de su piel, pero esta vez como efecto de la verdad.

La Varsovia. Jueves a las 22 en El Portón de Sánchez, Sánchez de Bustamante 1034.

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