“Vete SimĂłn vete, no quiero que te vea nadie”, decĂa Alba en Yo compro a esta mujer, una telenovela ambientada en el siglo XIX con Gabriela Gili como heroĂna. Lo decĂa escondiĂ©ndose en la penumbra, sus labios cortaban las palabras que despuĂ©s se veĂan mientras pasaban por el cuello y las tragaba. Daba miedo. Cubierta con un mantĂłn oscuro que le debĂa haber prestado Bergara Leumann, el vestuarista de lujo, la malvada de turno era capaz de matar a un bebĂ© o de encerrar para siempre a su hermana en un sĂłtano. Cuando Alba aparecĂa en la pantalla del televisor se decĂa que era una actriz de teatro y que su trabajo en Las sillas de Ionesco habĂa sido prodigioso. Alba era la mamá de Bárbara, el non plus ultra de la belleza en Las ratas –nadie como ella, sĂłlo Graciela Borges despuĂ©s–, la hermana de RenĂ©, el director de Hombre de la esquina rosada (1962) y la hija de Emilia Rosales, una actriz que recorrĂa los teatros de la provincia de Buenos Aires (los primeros años la familia viviĂł en CarhuĂ© y despuĂ©s se mudaron a La Plata) con letra, vestuario e hijos. ÂżHay mujeres que están siempre en esas pelĂculas que supieron recorrer el camino por el que hay que andar? SĂ, y Alba Mujica es una de ellas. Dos ejemplos alcanzan: Alba es La Muerte en Juan Moreira, de Leonardo Favio (vuelvan a mirar la escena en la que juegan al truco), y Andrea, el ama de llaves y amante de la ninfĂłmana Laura (Isabel Sarli) en Fuego, de Armando Bo. Son grandiosas las escenas en las que espĂa –como si un cuadro de Balthus hubiera estimulado a Bo, Âżo fue al revĂ©s?– pero en competencia inquieta sin duda la escena que gana es la escena en la que Alba tiene en una mano un vaso y en la otra una pluma blanca con la que toca el cuerpo desnudo de Isabel.
En marzo de 1967, Falbo Editor publicĂł El tiempo entre los dientes, el primero (y creo Ăşnico) libro de Alba Mujica, una novela, una autobiografĂa sin nombres verdaderos ni coartadas, un poemario en prosa, algunas cartas de amor y fragmentos de “oraciones mágicas” que desde Hermes Trismegisto a Eliphas L. Zahed nos recuerdan que, como se lee en la semblanza de la solapa, “la primera actriz del teatro del RĂo de la Plata pasĂł por la disciplina de la filosofĂa”. Es un libro anclado en la desmesura del dolor (sentimental y fĂsico), con fragmentos de caprichosa puntuaciĂłn improvisados desde un recuerdo que no siempre pudo ser falso: “en un instante todo se moviliza doctores enfermeras y yo descubierta hasta los muslos despojada de vendas y algodones perdido mi aspecto de momia egipcia con una rapidez vertiginosa bajo el ajetreo de seis manos me da risa tanto movimiento y toqueteo parezco invadida de ratoncitos blancos me miro riendo sĂłlo me han dejado una banda blanca sobre el pecho con grandes manchas rojas a los costados y –No mire. Y quĂ©dese quieta; ahora va a doler, pero no se mueva. aprieto los párpados oigo el chasquido de una tijera como si alguien cortara cartĂłn cerca de mi cara”.
Algunos dicen que para pagar deudas, otros que por veneraciĂłn genuina, quizá por las dos cosas juntas, Âżimporta? Lo cierto es que Alba, la actriz de “recia fibra”, ganĂł en la dĂ©cada del sesenta el millĂłn de pesos que ofrecĂa Odol Pregunta (un programa de preguntas y respuestas que auspiciaba la pasta dental) contestando sobre vida y obra de Sarah Bernhardt. Alguna foto perdida en un archivo cinematográfico la muestra de pie y de tres cuartos perfil derecho esperando que el conductor –que en esa Ă©poca era Cacho Fontana– le hiciera la pregunta final.
Toda ella era un estigma, los ojos que miraban más que otros ojos, la lĂnea enjuta de su mandĂbula Michelle Morgan o la voz fragorosa, sĂ, su voz, sobre todo la voz de Alba hablaba de Alba, será por eso que las lĂneas dramáticas que repetĂa son serpentinas pegadas en la memoria: “Vete SimĂłn, vete”.
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