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Viernes, 13 de diciembre de 2013
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Derritiendo el modelo prefabricado

La calle suiza que agrupa algunos de los negocios más caros del mundo cambió sus vidrieras a propósito del Día Internacional de la Discapacidad: los esmirriados maniquíes de siempre trocaron sus medidas por las de cuerpos diversos que desafían la noción hegemónica de belleza para plantear una pregunta: ¿quién es perfecto?

Por Guadalupe Treibel
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De armarse una cronología (im)posible en la ruta, historia o, por qué no, vida de los maniquíes, el punto cero de la figura articulada –inquietante en su impasividad eternizada– podría ubicarse en el 1350 a. C. Hay una explicación: cuando en 1923, el arqueólogo y egiptólogo inglés Howard Carter abrió la tumba de Tutankamón, lo primero que encontró fue un torso de madera –sin manos ni brazos– tallado a la medida del célebre rey y, desde entonces, dicho busto ha ganado el título de primer modelo. Por supuesto, el mundo siguió su curso y cuentan las lenguas que la esposa del incendiario Nerón tenía una sustituta inanimada creada a imagen y semejanza, que ella vestía con dedicación para revisar sus mejores opciones a la hora del ropaje. Más tarde, muñequitas europeas con rostro de porcelana (antecesoras inmediatas del mentado maniquí) hicieron lo propio: engalanadas a la moda, atravesaban las fronteras como mensajeras fashion de las últimas tendencias.

Ya en 1870, los franceses –como no podría ser de otra manera– dejaron la miniatura y volvieron al maniquí tamaño real en los tiempos de la Revolución Industrial y sus bondades multiplicadoras (léase: producción en serie). Con el consumidor incipiente a la orden del día, las vidrieras recibieron la novedad con algarabía: altas y pesadas figuras de cera y madera, con dientes falsos, ojos de vidrio, pelo real, emulaban los contornos femeninos y llevaban las mejores prendas, ofreciéndolas a los entretenidos e interesados transeúntes que se agolpaban a observarlas. Los espectadores, encantados; las señoritas de mentira, en tres posiciones: pie derecho al frente; pie izquierdo ídem; ambos pies juntos.

Entonces, el naufragio (mirando la línea en retrospectiva, al menos): con su realismo solapado, los maniquíes empezaron a reflejar ciertas actitudes culturales y a emular los imperativos que la industria de la moda dictaba acerca de cómo debían lucir las siluetas, reforzando normas e ideales. “Hacia fines del siglo XIX, los modelos tenían cinturas minúsculas. Cerca de la Segunda Guerra Mundial, los maniquíes femeninos tenían hombros anchos; aunque, cuando los soldados volvieron a casa, los cuerpos pasaron a ser esbeltos, como si fueran sirenas llamando a sus hombres”, explica Marsha Bentley Hale, una de las expertas más festejadas en la materia. A saber: esas ladies ficcionales debían ser “inspiracionales”. De allí que, durante la Gran Depresión, lucieran ricas y bien alimentadas, curvilíneas, alejadas de la hambruna que las ladies de carne y hueso sufrían en, bueno, carne y hueso. ¿Y ahora, hoy en día? Pues, sobran las palabras (y faltan los kilos de plástico)...

Como fuera, desde su boom, los maniquíes siempre han dado tela de donde cortar. En épocas de corsé desesperantes, sacudieron a voces conservadoras que, preocupadas por las partes pudendas de estas muñecas grandes, lograron convertir en ley el pedido de que fueran cambiadas con las vitrinas tapadas. Al menos en los Estados Unidos, durante décadas y décadas. Hasta 1960... Qué se le va a hacer: hay que cuidarse de no estimular la agalmatofilia. Incluso, en la década del ’30 del siglo pasado, hubo casos ejemplarmente perturbadores: Cynthia, por ejemplo, un modelo creado por el escultor Lester Gaba, se volvió una estrella, viajando en autobús, yendo a la ópera, recibiendo regalos de Cartier y Tiffany, llegando a la portada de Life Magazine... Cynthia, ante cualquier duda, era un maniquí.

En fin, anécdotas. Anécdotas que marcan una tiranía estilística que hoy finalmente pareciera quebrarse –más no fuera momentáneamente– gracias a un fin noble. Y a una organización suiza llamada Pro Infirmis, dedicada a la integración de personas con capacidades diferentes. Ocurrió la semana pasada: para celebrar el Día Internacional de la Discapacidad (que, desde 1992, se festeja el 3 de diciembre, por iniciativa de la Asamblea General de las Nacionales Unidas), la firma quiso honrar el lema de 2013 –“Romper las barreras, abrir las puertas: por una sociedad inclusiva para todos”– y creó una curiosa campaña –bautizada “Porque, ¿quién es perfecto? Mirá de cerca”– donde el maniquí fue el centro de atención. Hete aquí la cuestión...

Con un maestro tallador detrás del cincel, Pro Infirmis convocó al crítico de cine Alex Oberholzer, a Jasmine Rechsteiner (Miss Handicap 2010), al atleta Urs Kolly, el actor Erwin Aljukic y la blogger Nadja Schmid –-que viven con columna curva a causa de la escoliosis, en sillas de ruedas, sin una pierna, con enanismo, etc.– y les tomó las medidas. Acto seguido: voilà los maniquíes de los susodichos. Luego, la complicidad de coquetas tiendas suizas de Bahnhofstrasse, una de las calles más caras del mundo, que vistieron y dispusieron los modelos en sus escaparates para remodelar la preconcebida idea de perfección y promover la aceptación.

¿Las reacciones? Pues, en su mayoría, esperanzadoras. No sólo el video que capturó la intentona se viralizó y superó los cuatro millones de visionados (se puede ver en YouTube), también su link fue compartido a lo largo y ancho de las redes sociales con palabras de aliento. “Es especial para una verse así cuando, en la intimidad, es difícil siquiera mirarse en el espejo”, expresó una de las modelos participantes, demostrando el plus adicional (y necesario) de la autoaceptación. Lo que se dice un éxito.

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