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Viernes, 27 de diciembre de 2013
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Lo dejo a tu criterio

Por Flor Monfort
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El domingo último, la tele reconcilió a dos de las grandes divas argentinas: un regalo para terminar 2013 en paz. El año de la serpiente hizo rodar las cabezas de quienes todavía tienen una esperanza en ese bodoque que decora casi todos los hogares, o por lo menos de aquellos que no tienen que aclarar “acá no miramos tele” con gesto erudito y enumerar las miles de actividades saludables en que invierten su tiempo. Si a alguien le queda alguna duda, no hay piedad para nadie, porque hasta el más rígido se vuelve laxo (y ancho) para el ojo de la cámara que transforma en un pase de magia a señoritos y señoritas en rayos catódicos, los despoja de todo lo que se parece a la dignidad, la coherencia, el don de gentes, en fin, los empuja a carecer de un alma que acariciar de noche junto a los buenos pensamientos y los nobles deseos. Seres humanos igualados por el dios del ranking.

Volviendo a las divas, tal vez haga falta aclarar que fueron Mirtha Legrand y Moria Casán quienes volvieron a tirarle besos al viento para saludarse y sentarse juntas, de la manito, en la barroca mesa de la octogenaria. De las acusaciones de cocainómana, vieja de M y demás aleluyas que entonaron en el pasado, poco queda cuando la boca tiene que masticar los bocconcini del menú que engalana los históricos almuerzos. Lo interesante de esta reconciliación –si sirve como puntapié para un anuario televisivo– es la teorización de estos dos cerebros mutantes que habitan la caja boba desde que son retoños. Dijo Moria: “Qué increíble que la tele es la única que te indica que avances a través de una luz roja y no de una verde, como lo hacen los semáforos”, y Mirtha replicó con más sabiduría sobre el medio: “Qué curiosa es la jerga: vamos que venimos, aire, piso”, entonó con alegría. La tele es una cosa loca en la que “hablarle a la gente” es mirar fijo un agujero negro, coincidieron a coro con la otra invitada, alguna vez enemistada con ambas por razones olvidables, Carmen Barbieri, y el convidado de piedra de la velada, Abel Pintos. Corte.

La tele es loca pero no tanto, porque allí decantan las buenas y los malos, y lo que se da en llamar “picadora de carne” no es su facilidad para destruir corazones sino para aprender a conciencia su carácter de másrápidaquelaluz. Para curso a distancia, basta un recorrido por la carrera de Wanda Nara. La pregunta que flota (o no pero tenemos ganas de hacer) es ¿deberían las buenas causas, o por lo menos las que aquí nos interesan, darse cita entre las tandas publicitarias? A saber: la legalización del aborto, la violencia machista, las sexualidades diversas, por nombrar algunas: ¿deberían condensarse en discursos más o menos digeribles para la hora de la soda en la mesa? Tal vez no esté hecha para eso la tele, y seguro no cumplió tal función en 2013, año en que el cuco de la inseguridad siguió inflamando los egos biempensantes, al ritmo de aquel transeúnte que le confiesa a notero de TN que tuvo un sueño malo y feo: que en Nochebuena venían a tocarle la puerta de su casa para saquearle todos sus bienes de buen ciudadano. Así estamos.

La tele es loca y maravillosa, cuando es capaz de agarrar del aire y volver salchichón primavera lo que en la realidad es difícil de ver porque está extendido, camuflado, careteado o distendido como un abdomen lleno de gas. La violencia simbólica, esa que enumera la Ley 26.485 y que Andrea del Boca trató de definir en los pocos segundos en los que la diva Legrand la dejó meter bocado, apenas una semana antes de la reconciliación con Moria arriba citada, es tal vez la moneda más corriente y brillante de esta alcancía. Para muestra basta dejar hablar a Mercedes Ninci, quien por un error de cálculo no tuvo su columna dedicada en la sección perfiles de este suplemento. “Parece una cajera de supermercado”, dijo refiriéndose a Karina la princesita, cuando devino en novia del futbolista Kun Agüero, en una nueva versión de “a las negras hay que matarlas de chiquitas”, un clásico de los programas de archivo, dicho de la boquita de Rocío Marengo a su enemiga preferida Amalia Granata. Con un timbre insoportablemente similar pero el peligroso cartel de “periodista” en la solapa, Ninci es capaz de degollar un bambi en vivo, y en una labor similar estaba cuando desplegó la máxima de entre el coro de panelistas de El diario de Mariana, como si lo que estuviera en juego siempre que se juntan un hombre y una mujer es si ella está buena, porque lo que es él, por más morocho que sea para los parámetros de Ninci, ya cumplió con su función de macho alfa al ganar más millones de los esperados para el hombre promedio. Ahí la lupa sobre la rubia teñida, dedicada a la cumbia, medio suelta de cuerpo se sospecha, porque tiene una hija con otro y ahora viaja a Manchester para encontrarse con su nuevo amor a transpirar la camiseta, con ese aire de chica del conurbano que tanto les molesta a tantos, y que Ninci con su torpeza y la impunidad de la pica pica televisión fue capaz de exponer con superior elocuencia.

Este año no estuvo Tinelli, y sin embargo los dragones echaron fuego sobre las polleras y las siguieron dejando cortas para que se vieran de frente los culos, no todos sino los que interesan: parados, siliconados, patinosos. Más de lo mismo. Pero sobre esa oportunidad hermosa que era ver a dos hombres besándose con todo el peso de la calentura amasada en ochocientos mil capítulos de flirteo, nos dejaron con las ganas y la calentura mutó en amargura por ese pico frío y tembleque entre Chávez y Vicuña. Farsantes.

Al mismo tiempo, capítulo no menor es cambiar de canal con la naturalidad en que se prende un cigarrillo mientras Mauro Viale sigue haciendo de las suyas: dícese de toda la coreografía del cadáver rostizado en el contenedor de basura para que sintamos un poco lo que puede haber sentido Angeles Rawson si se confirmaba esa sospecha que se tuvo tanto tiempo sobre la sobrevida de la adolescente en el crimen sexual del que fue víctima. Se comprobó que no pero qué importa, quién le quita lo bailado al maniquí protagonista. Ni inseguridad ni saqueo, el mapa de la violencia en la Argentina marca una pandemia para los femicidios y de eso mucho se dice, pero casi siempre con las mismas palabras: pasión, amor, obsesión, celos.

También vimos cómo Viviana Canosa se transformaba en Cruella Deville tras años de metamorfosis, porque si hay un Gregorio Samsa de la tele, es Vivi mutada de pelirroja aceitosa a refinada dama con chofer y personal trainer. Pero como para las neuronas no hay botox, Vivi sigue llamando “tipo” a Florencia Trinidad y si hay alguien que amplifica bien su narcisismo es su versión tuitera, Viviana Sarnosa, con máximas como “cuando ves #cuestiondepeso en HD y le hacen un plano a Claribel pareciera que estás viendo El Planeta de los simios”, “el pantalón de Porcelito tiene restos de salsa blanca, bah, eso es lo que quiero creer por mi bien #infama” o “Un programa para toda la familia”, dice Flor de la V. Acto seguido, Lescano canta “me cabe que seas tan trola” #laPelu”. Y así como la pelu de Flor mezcla el Verbo con el calefón, el único emergente vivo como los dinosaurios de Susana de las grandes denuncias de Jorge Lanata en su sitcom de los domingos night, es Karina Olga Jelinek. Vermouth con papas fritas para verla llorar por el “forro de mierda” de Fariña, para escucharla rogar que le abran la puerta para votar a las 18.30 horas, con DNI agitado en mano, en produ hot, en portaligas y video prohibido, compartiendo departamento con el ex chanta, mensajeando en vivo si ya salió del baño porque ella tiene que entrar a cambiarse la tanga. No sería extraño que el propio Lanata aparezca en tanga en 2014 y Tinelli le corte los flecos antes del baile del caño, cuando el “buenas noches América” vuelva a ser el mantra con el que sentarse a la cena y amén los estereotipos de siempre: loor al papa Francisco al mismo tiempo que se honra la memoria de Ricardo Fort vestido de Rey León y se menciona el alquiler de vientres como la opción del futuro para acceder a maternar y paternar en tantos casos que de otro modo lo tienen negado. Así de democrática, bizarra, terrible y genial fue la televisión argentina en 2013, y quién puede asegurar que no redoblará la apuesta.

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