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Viernes, 17 de enero de 2014
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La invisible

Por Roxana Sandá
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Yanapakuna significa “Ayudémonos”, en quechua. Es un término de aire franco, porque al imaginarlo abre un sinfín de representaciones posibles: los abrazos, las redes, las miradas solidarias, la presencia auxiliadora, las escuchas pacientes, las manos siempre dispuestas a sostener a todxs y entre todxs. Así hasta el infinito, porque yanapakuna también podría entenderse como una construcción. La que nació luego de la muerte de la migrante boliviana Marcelina Meneses y su bebé, Joshua Torres, empujados a las vías desde un tren del ex ferrocarril Roca, en 2001, en lo que se considera un acto xenófobo y un crimen de odio. Aunque la causa quedó sumida en ese agujero negro de la impunidad, porque entonces la empresa se desligó de responsabilidades, las autopsias arrojaron irregularidades y porque Julio Giménez, el único testigo de los empujones que sufrió la mujer, los gritos de “boliviana de mierda”, la caída final y los cuerpos agonizando cerca de la estación de Avellaneda, terminó siendo investigado y presionado. Hasta que falleció, hace unos años. El viernes último se conmemoró el Día de las Mujeres Migrantes, instituido el 10 de diciembre de 2012 por la Legislatura porteña, en el marco de la Ley 4409 y en memoria del asesinato de Marcelina y su hijo. Compañeras de la Asociación Yanapakuna, Kamasaguarmi y Madres 27 de Mayo, entre otras, resaltaron los aportes que realizan las mujeres para tejer el entramado de la propia identidad. Reina Torres, cuñada de Marcelina y secretaria de Yanapakuna, es hoy su voz y sus ojos multiplicados en todas las acciones realizadas “para que otrxs migrantes conozcan y hagan valer sus derechos”. Atravesó conflictos duros, como las torturas a los quinteros de Escobar, las persecuciones policiales a chicas y chicos “por portación de rostro”, la trata por explotación laboral contra mujeres migrantes, hechos que en el acto del viernes se transformaron en reivindicaciones colectivas “para terminar con las situaciones de discriminación y violencia que persisten, conquistando derechos, dialogando y escuchándonos”. Hasta 2003, la Argentina se rigió por una norma restrictiva, suscripta durante la última dictadura militar. Néstor Kirchner marcó el antes y el después, cuando en enero de 2004 se promulgó la Ley 25.871, iniciando una política inmigratoria de vanguardia en el mundo, canalizada a través del programa Patria Grande, un plan nacional de normalización documentaria migratoria para extranjerxs nativxs del Mercosur. Por entonces Yanapakuna, de la mano de su presidenta, la abogada Zulma Montero, comenzaba a tener un cuerpo fuerte, sostenido por la cuñada de Marcelina y por muchas otras que se animaron a aclarar las gargantas y hacerse oír. “Había herramientas y voluntades; el resto vendría por naturaleza.”

Reina dice que sobran los dedos de una mano para enumerar a su familia. Cuenta que su hermano, el viudo de Marcelina, nunca volvió a formar pareja y recibe asistencia psicológica desde la muerte de su mujer. Y que el hijo mayor, Jonathan, de 15 años, sufre un retraso madurativo y es tratado en el Hospital Infanto Juvenil Tobar García. “Fue el que más sufrió. Ahora está yendo a una escuela especial, necesita mucha contención y cariño. Algún día verá quién fue su mamá y qué representa para todas nosotras.” En estos doce años, Reina se reconstruyó “en una lucha de a poquito, para que estas cosas no vuelvan a suceder. A partir de lo que le pasó a Marcelina, empecé a prepararme en temas de género y ahora estudio en la Universidad de Quilmes. Creo que un poco para que su nombre sea un ejemplo y las cosas cambien. Al menos, del dolor algo conseguí.”

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