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Con el noble afán de poner sobre el tapete “el costo físico de adherir a las presiones sociales” en su Corea del Sur natal, la joven artista Ji Yeo –oriunda de Seúl, con residencia en Estados Unidos– puso la cámara al servicio y se dispuso a fotografiar a mujeres en los momentos inmediatamente posteriores a una cirugía estética. Beauty Recovery Room es el resultado de su exploración por el lado B de la obsesiva búsqueda de juventud y belleza –“y específicamente, un aspecto más occidental”–: el del dolor, las vendas, sangre, magulladuras... Porque aun cuando JY cree en la belleza como parte inherente a la naturaleza humana, tantísimas damas no adhieren al concepto orgánico y caen en las telarañas socialmente entramadas, poniéndose a disposición del bisturí y la anestesia general para una lindura prefabricada.
“Estos procedimientos ya no se consideran una conducta extravagante y de riesgo, sino que se han convertido en algo común, un paso integral en el proceso de superación personal”, ofrece la artista, y sostiene que, en su país de origen, “las mujeres son juzgadas por su apariencia, no por su carácter”. A tal punto que las estadísticas son, por lo menos, inquietantes: 74 operaciones por cada 10 mil habitantes femeninas. O, todavía peor: entre un 15 y el 30 por ciento sometido a estética quirúrgica. Enterarse de estos datos de la International Society of Aesthetic Plastic Surgery –que ubican a su país en el puesto number one de cirugías plásticas per cápita– detonó la indignación de la artista. “Estas mujeres están dispuestas a gastar miles de dólares y soportar cortes extremos, suturas, cicatrices, con tal de alcanzar lo que creen que es la perfección: la piel y el peso, la estructura ósea, la proporción... Estos son los residuos visuales de ese sacrificio”, sintetizó la extrañada Ji Yeo. Y gatilló a conciencia.
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