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Viernes, 25 de abril de 2014
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el megáfono

Maternidad rima con maldad

Por Carolina Justo von Lurzer *

Cuando me propusieron escribir esta columna dudé, me resistí, intenté, me incomodé, dudé otra vez y, finalmente, la escribí. Experimenté casi las mismas sensaciones que habían dado lugar al objeto de esta columna: el nacimiento de Mamá Mala.

Mamá Mala nació el mismo día que bebito: hace cuatro eternos meses. Mamá Mala tiene una existencia virtual, vive en mi Facebook, un poco porque ese espacio conecta el cuerpo que quedó –maltrecho– luego de ambos nacimientos, y otro poco porque ella nació cuando la vida, toda, pareció desencajarse de la materialidad misma.

Ese cuerpo, el mío, ya había sido madre, pero esa madre no era ésta. Esa maternidad no era ésta y ese cuerpo se paralizó. Esta maternidad me abismó a una experiencia de mí misma que nunca imaginé y con la que no supe qué hacer. Ni las teorías, ni los posgrados, ni la conciencia de género servían para nada más que para aumentar la frustración. Hasta que encontré en Mamá Mala una compañera. Quienes la conocen, quienes la leyeron, saben que Mamá Mala tiene otro humor, otro tono, y estarán tal vez desilusionadxs a esta altura del texto. Es mordaz, irónica, cómica, un poco patética. Pero resulta que Mamá Mala no escribe con premeditación –como se escribe una columna–, Mamá Mala sucede. Acontece en cada momento cotidiano que la enfrenta a esta maternidad. Mamá Mala es crónica, como su malestar, no es columna –de hecho apenas si se sostiene–. Mamá Mala no escribe con premeditación pero sucede con alevosía. Porque es alevoso el malestar de la maternidad. Mamá Mala nació de la rabia, de la ira, del arrepentimiento, de un grito interno que decía: “¿Qué hice? ¡Llévenselo!”, y que sólo podía desgarrar para adentro. Mamá Mala nació del dolor profundo por el amamantamiento frustrado, y no porque el cuerpo maltrecho cuyas tetas sólo se cayeron duelara las propiedades de la leche materna o el establecimiento del apego y la mar en coche, porque el cuerpo maltrecho cuyas tetas sólo se cayeron tenía la memoria –su memoria, no una falsa y homogeneizante memoria social– del placer de amamantar. Mamá Mala nació de las horas diarias, eternas, eteeeeernas, de mirar un cachorrito que cagaba, comía, lloraba y no le tiraba un centro. Bebito, el hijo menor de Mamá Mala, ahora ya sonríe, todo él sonríe. ¿Y? Maternidad rima con maldad y sin embargo está curiosamente atada al amor, que, sinceremos, rima con bastante poco. Olor, dolor, ardor, horror, temor, sopor... eso también es la maternidad. Mamá Mala es la catarsis pública de los avatares maternales que les grita a las señoras del mundo que no tienen otra cosa mejor que hacer que mirar cochecitos ajenos: “Cuando Bebito llora por la calle no es por hambre, es porque le pongo clavos en el pañal”. Mucho gusto, Mamá Mala es una de las madres que soy, y parirla, el ejercicio catártico-reflexivo más desafiante que experimenté.

* Doctora en Ciencias Sociales, investigadora asistente (Conicet) y participante del Grupo de Estudios sobre Sexualidades del Instituto de Investigaciones Gino Germani de la UBA.

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