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Viernes, 2 de mayo de 2014
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El lado luminoso de la vida

Se estrena un documental sobre la vida de Sara Rus, sobreviviente del Holocausto y madre de Plaza de Mayo.

Por Natalia Laube
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Tal vez no sea la pregunta más interesante que una pueda hacerse después de conocer su historia, pero surge casi por reflejo: ¿cómo la protagonista directa de uno de los mayores exterminios de la historia mundial, que años más tarde perdió a su hijo en manos de otro exterminio –menos cuantioso, igual de sangriento– puede mantener intacta su luminosidad? ¿Cómo logró Sara Rus hacer de sí misma una mujer que cree en la vida?

Nació como Schejne Marie Laskier el 25 de enero de 1927, pero eligió para sí misma el nombre de Sara Rus. Pasó su infancia en Lodz, una ciudad fabril de Polonia. Su papá era sastre: confeccionaba trajes para hombres de buen pasar y tapados de piel para sus mujeres y aseguraba, mediante su oficio, la vida holgada que llevaba su familia. Sara iba a la escuela y en su tiempo libre tocaba el violín. “Hasta 1939 viví una vida hermosa”, rememora frente a cámara en Sara Rus. Tiene que contar, el documental de cuatro capítulos que a partir del próximo martes a las 21.30 se estrenará por Canal Encuentro y que podrá verse durante todo mayo. A partir del ’39, la sombra del Holocausto sobrevolará cada anécdota de Sara: la invasión alemana a Polonia, la temida persecución nazi hecha realidad, la obligación de cambiar su casa por un gueto, el tren a Auschwitz en 1944, el traslado a Freiberg para trabajar en una fábrica de aviones y un último desplazamiento al campo de Mauthausen, en Austria, donde Sara y su mamá recuperaron la libertad el 5 de mayo de 1945.

Junto a la liberación llegó el amor: la reconstrucción de una vida propia y el deseo de formar una pareja. Mientras se recuperaba de la vida en los campos de concentración (cuando salió de Mauthausen tenía 18 años y pesaba menos de 30 kilos), Sara recibió una carta de Bernardo, un amigo de su padre, doce años mayor que ella, al que había conocido en el gueto de Lodz. La carta tenía una declaración de amor contundente: “Te estuve esperando. Sé que sobreviviste. Si volvés a Polonia, te espero y me caso con vos”. Sara regresó a su ciudad y encontró a Bernardo Rus, pero también entendió que en Polonia el antisemitismo no se había acabado después de la guerra: todo lo contrario. Decidida a buscar otro lugar para armar su vida, se mudó a la Argentina con su marido y su mamá. A pesar de que muchos médicos le habían dicho que era poco probable que pudiera quedar embarazada, en Buenos Aires Sara tuvo a sus dos hijos, Daniel y Natalia.

El 15 de julio de 1977, Daniel Rus fue secuestrado en la puerta de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), donde trabajaba mientras preparaba su tesis para recibirse de físico. Sara, como muchas otras mujeres, comenzó la búsqueda incansable y se unió a las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, donde sigue militando hasta hoy.

Durante cada uno de los capítulos del documental sobre su vida, Sara repite con ese acento imperecedero del inmigrante centroeuropeo y una cadencia dulce que todo lo que vivió “es difícil de contar, pero hay que hacerlo, porque para mantener la memoria hay que tener fuerza y contar”.

A partir de distintas recreaciones de su infancia y adolescencia, un valioso archivo fotográfico y periodístico y el testimonio en primera persona de Sara, el documental matiza el drama público y privado de la Segunda Guerra Mundial y de la última dictadura militar argentina e hilvana una historia potente gracias a los hechos que se cuentan pero, sobre todo, gracias a la luz que desprende su protagonista. A medida que las escenas transcurren, también empieza a asomar por reflejo una respuesta al interrogante principal que rodea a Sara: lejos de creerse una víctima y más lejos todavía de la evocación por deporte, ella está convencida de que contar su historia puede contribuir a que nada de lo que pasó vuelva a repetirse. Cree genuinamente en la memoria como camino, y eso es lo que la mantiene viva.

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