Naci贸 casi en el Mar Ar谩bigo de tan cerca, y ah铆 se qued贸 toda su vida. A los catorce a帽os ayud贸 a su madre a cavar una tumba y ya nunca m谩s dej贸 de hacerlo. La tierra abri茅ndose al foso fue herencia y vocaci贸n. Desde aquel d铆a en el cementerio costero la tradici贸n materna marc贸 en convivencia de d铆as su destino y su lugar social en el pueblo. Durante casi cuarenta a帽os, Veena fue las manos de las exequias 鈥揻ue ella quien enterr贸 a su madre鈥 y la mujer que supo hacer el trabajo que muchos hombres no se animaban a hacer. Un servicio ben茅fico, una manera humilde de acompa帽ar el dolor, dec铆a la sepulturera cuando le preguntaban por su trabajo, olvidando su terror de infancia entre huesos, jirones de ropa, hedores y pestes. Los seis pies bajo tierra fueron su dominio cuando la muerte dej贸 de sorprenderla: hab铆a enterrado a muertos sanos, a muertos beb茅s. Despu茅s, no mucho m谩s que unir las rupias ganadas por hoyo con las que ganaba limpiando sepulcros. La Veena ar谩biga cavaba un foso, embolsaba restos y se multiplicaba como si ella sola fuera todas las mujeres que en el viento manchego lustran bronces y cambian flores en la primera escena de Volver.
Los hombres siguen diciendo que ser sepulturero es un trabajo de hombres y que definitivamente no es un trabajo para mujeres. 鈥淣o saben, no sirven, no les gusta, no tienen fuerza鈥, dicen mientras las ven cargar por las calles internas del cementerio baldes de agua, arena, cemento, pala, carretilla y escoba. Son pocas las Veenas en el mundo. M茅xico cuenta las propias y las muestra con las manos 谩speras partiendo cajones antes de las exhumaciones, construyendo l谩pidas y rezando como hadas protectoras la historia de todos los del camposanto, mientras una recuerda el aguardiente que calmaba los primeros miedos y otra cuenta que su bisnieto quiere ser enterrador como ella. En tierras colombianas, una t茅cnica forense sepulta ella misma a los muertos que nadie reclama, y al otro lado del canal ancho del Atl谩ntico una fosera del Ayuntamiento de Fasnia reclama sus horas de tierra estremecida y culpa a los machistas que la despidieron s贸lo por ser mujer. 鈥淵o quise ser sepulturera despu茅s de la emoci贸n que sent铆 en el entierro de mi abuelo鈥, desafiaba la espeleol贸gica Angelina Jolie desde una entrevista. Pocas en la vida, muchas en la pantalla recurren a la pala de la desesperaci贸n como lo hicieron las amigas peluqueras en Pensamientos mortales, B谩rbara Mujica en un setentista Bioy televisivo, Pen茅lope Cruz con el ojo de Almod贸var cerca, o con la misma desesperaci贸n pero sin pala como lo hizo la tenaz Beatrix Kiddo de Kill Bill, que se desenterr贸 solita sin ayuda del sepulturero gracias a sus dedos y a las ense帽anzas de Pai Mei. 驴Y en los libros? En Ant铆gona, claro, y en Dickens y seguramente tambi茅n en Evelyn Waugh y hasta en La historia de una madre de Hans Christian Andersen.
Una vocaci贸n de servicio, dec铆a Veena, un trabajo que te deja ver c贸mo se completa el cat谩logo de infortunios, la escena final del cuerpo en armas ya sin disponibilidad. Eso, una 煤ltima escena, como escribi贸 J. P. Donleavy en su Cuento de hadas en Nueva York: 鈥淭endr谩 que disculparme, se帽or. S茅 que en estos momentos no estar谩 usted con 谩nimo para que le hagan preguntas. Pero si se toma la molestia de acompa帽arme, procurar茅 ahorrarle tiempo. Es s贸lo un tr谩mite鈥.
鈥淯n d铆a me quedar茅 en mi lugar de trabajo鈥, le dec铆a Veena a su hija, rob谩ndole, sin saberlo, met谩foras carn铆voras a Lezama Lima.
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