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Viernes, 5 de diciembre de 2003
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Teatro

Solos y solas

Como parte de una experiencia de teatro semimontado por parte de directores argentinos sobre autores alemanes, Inés Saavedra puso en escena una obra coral que borra las distancias entre un país encontrándose en un (no)lugar común: la soledad.

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por Marie Katharina Wagner

Pensamos en un lugar que no es un lugar, un lugar inhabitable, una suerte de ‘no-lugar’. Y en ese momento yo sabía que estaba todo ahí en el recibidor. Ese lugar tiene una identidad pero no la tiene –como los cinco personajes– y muestra perfectamente la ilusión de intimidad que encarnan, porque se sienten solos, pero en realidad están vistos por todo el mundo.” El no-lugar es el hall del Instituto Goethe, que fue elegido por la directora Inés Saavedra para su puesta en escena de la obra El pan de cada día, de la dramaturga alemana Gesine Danckwart.
Cinco solteros, tres mujeres y dos varones, ocupan (pero no habitan) el recibidor del instituto mientras el público se encuentra ubicado en la contigua sala de teatro, observándolos durante un día cotidiano de sus vidas, desde que se levantan hasta que termina la jornada laboral. A primera vista parece un piso compartido por cinco adultos: están todos juntos ahí en el “escenario” –haciendo café o preparándose para el día– pero los personajes no interactúan entre ellos, no se relacionan con los otros, “en esta obra no hay encuentros”, dice Saavedra. Los tímidos intentos de conversar con otras personas fracasan por el miedo al desengaño, por lo cual los cinco siguen hablando solos, enunciando largos monólogos llenos de amargura. “La primera imagen que se me ocurrió cuando leí el texto era mi hijo a los tres años cuando iba al kindergarten”, recuerda la directora. “Los chicos estaban juntos, pero no jugaban entre ellos, cada uno jugaba por su lado. Es el comportamiento que después vuelve en la pubertad, cuando te concentrás en vos mismo, no podés relacionarte con otros y lo que más te cuesta es compartir tus pensamientos. Yo quería que los actores actuaran exactamente así, como los chicos en el kindergarten, por eso les traje un video de mi hijo a los tres años, para que copiaran el comportamiento.”
Danckwart compuso en realidad cinco voces, más que cinco personajes que narran, desde distintas perspectivas, la misma frustración. “Hablan del vacío de las relaciones, el vacío del sistema capitalista”, explica Saavedra, quien escogió esta obra dura (dado que “en ningún momento ellos están felices”) porque le fascinó el ritmo atrapante de la lengua que emplea Danckwart. Un ritmo característico de las modernas obras alemanas, que a ella la afectan de una manera bastante especial: “Hay algo en la dramaturgia alemana que me traslada a la atmósfera de un recital de rock’n’roll, es como si el cuerpo no suportara tanta información. Necesitás parar, aplaudir y tenés ganas de abrazar a los actores y estás agradecido porque te han dado la posibilidad de repensar tu vida, que se refleja en los personajes”.
Aunque la argentina nunca habló con la alemana ni está en contacto con ella ahora, siente fuertes lazos y similitudes que se manifiestan más que nada en el estilo de presentar los personajes que Saavedra considera femenino: “Hay algo muy sensible en cómo está contado cada personaje. Yo creo que las mujeres tienen una capacidad de piedad más grande que los hombres. Para mí eso tiene que ver con la maternidad, porque generalmente las madres son más indulgentes que los padres. Por ejemplo, si mis hijos quieren comer viendo la tele, mi marido simplemente va a decir no. Yo porlo menos voy a negociarlo. Y creo que Gesine también es piadosa con ellos cinco: no los juzga, tan sólo los muestra. Que el público juzgue. Ella los abre sin valorarlos”.
Los cinco devaluados son Gala, Sesam, Nelke, Ulrich y Ela, y llevan vidas muy distintas: Sesam está desempleado y se pasa el día reflexionando sobre qué producto color rojo podría comprar para que su alimentación parezca equilibrada; Ela trabaja como moza y día tras día pierde su lucha contra el reloj, que siempre está una hora menos adelantado de lo que ella espera; Ulrich se cree el yerno perfecto pero al mismo tiempo reconoce que las mujeres no lo han notado todavía; Gala teme a los fines de semana porque generalmente termina imponiéndole una conversación al taxista después de haber tomado unos champagnes sola en un bar; y Nelke sufre una crisis nerviosa cuando se entera de que alguien se tomó el último café y no preparó otro, porque siendo la pasante eterna siempre es ella quien termina preparándolo.
“El mundo está lleno de Galas, Ulrichs y Sesams. En cada uno de los personajes se puede reconocer nuestra misma historia. Yo por ejemplo trabajé como moza cuatro años, mantenía mis gastos, compartía mi departamento con otras dos personas y salía los fines de semana. Y yo sé exactamente de qué habla el personaje de Ela. O mi papá, que se identificó con el personaje de Sesam, el desempleado que está afuera del sistema pero al mismo tiempo lo extraña.”
Con o sin identificación con los personajes, no deja de resultar difícil trasladar la realidad social expuesta en la obra a la cotidianidad argentina. ¿Qué tiene que ver un desempleado alemán que se preocupa por su alimentación con un desempleado argentino? ¿Los argentinos realmente tienen interés por las depresiones de la sociedad laboral alemana? Saavedra cree en los vínculos y similitudes que permiten al público argentino reflexionar sobre sus vidas mientras ven los personajes de El pan de cada día. “Tanto Ulrich como Sesam tratan todo el tiempo de poder distinguir y organizar el estado de las cosas, mientras que las mujeres simplemente lo nombran y se deprimen. Ellas al nombrarlo se angustian. Son mucho más emocionales y no intentan ocultar sus depresiones.” Pero más allá de los vínculos, pasaron cosas durante el montaje: “Durante un ensayo, la actriz que interpreta el personaje de Gala me dijo: ‘hablamos del mundo que no se encuentra, y nosotros hemos armado una familia, contándolo”.

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