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Viernes, 29 de agosto de 2014
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visto y leído

Agua que enciende y quema

El nuevo libro de Alicia Genovese abre un discurso poético sobre el elemento líquido primordial, que abraza un cuerpo a cuerpo con cada palabra escogida.

Por Daniel Gigena

Alicia Genovese
Aguas

Ediciones del Dock

“Los nadadores de aguas abiertas/ hablan del agua, incansables...” Los dos primeros versos del nuevo libro de Alicia Genovese (Lomas de Zamora, 1953), organizado por pares de poemas secuenciados por haikus o aforismos o simplemente formas breves, dan el tono (abierto, enérgico, coloquial) de las series de textos que contiene. En ellos el agua, como ruta o como deriva, fija un recorrido cuerpo a cuerpo con la respiración y el aliento, ese motor oculto del poema, que reaparece regularmente, como la cabeza de un nadador de aguas abiertas. Heroínas de la natación como Diana Nyad o María Inés Matos, quien cruzó el canal de Beagle con el handicap de una pierna ortopédica (“¿Quién acepta una nadadora sin pie/ o ese imposible desequilibrio?”), célebres poetas nadadores (en el podio, Héctor Viel Temperley), alimañas marinas entrevistas en pesadillas televisadas, el cuerpo de una desaparecida encontrado en las playas de Santa Teresita, Tales de Mileto y la propia Genovese son algunas de las figuras que las aguas del libro rozan, salpican, entregan y envuelven.

“La presencia del agua no es algo nuevo en mi poesía –dice Genovese, con más de diez libros publicados–; aparece en ‘El borde es un río’, en ‘Puentes’, en ‘Los diarios del Delta’, de Química diurna, sólo que aquí lo hacen más francamente, como si yo misma hubiese encontrado mis aguas abiertas. Como voy al Delta seguido, el tema del agua siempre está ahí y aparecen poemas que hacen referencia a ella o que son el punto de partida de imágenes. La figura de María Inés Mato me llamaba mucho la atención, por el tipo de desafío corporal que implica y porque nunca se sabe bien con qué obstáculo tendrán que enfrentarse los nadadores de aguas abiertas. Me gusta ese modo de escribir donde parece que estoy contando un cuentito, tomo una escena o una breve narración, hasta que el poema empieza a girar y se desliza hacia otro lugar, hacia otro tipo de enunciado de realidad, otra dimensión menos esperable en una simple historia o una simple descripción, pero que está sujeto a ella.”

Si “nadar es hablar con la respiración”, escribir parece, en los poemas de Genovese, menos una cuestión de estilo libre aplicado al género que una disidencia sobre el ritmo y las palabras, una “conciencia constante del equilibrio” cuando el único punto de apoyo es el cuerpo en el “verano del río” o en las coordenadas inciertas del océano. “En diálogo con el agua tomo/ las mejores decisiones”; del desliz humorístico del verbo se infieren bocas blandas, surcos dejados por dioses y humanos, lagunas no imaginadas por Walden, el alcohol de la lluvia, lagos y ríos nacionales tapiados por latifundistas, zambullidas, incluso, en el curso intangible de la poesía: “Casi en el borde/ de su estética/ el poema concluye:/ la amenaza es un tiempo/ donde la muerte sucede./ En el bosque/ lo imprevisible,/ la belleza del desconcierto./ El poema desaparece”. Ensayista además de poeta, la autora describe en “Aguas” el desarrollo de un proceso que atraviesa lo general, el mundo de la historia y de la filosofía, lo abierto del lenguaje entendido como “agua del otro”, y alcanza la intimidad de “aguas que débiles/ pueden besar” y la orilla de lo propio, “como lluvia dulce sobre lo seco”.

Sobre la presencia de la historia en sus poemas, y de la historia argentina en función de las arremolinadas (cuando no oscuras) “aguas de la memoria”, Genovese puntualiza: “El poema dedicado a mi amiga Ana Bianco se refiere a la desaparición y al asesinato de su mamá, María Ponce de Bianco, que fue secuestrada junto con las monjas francesas y su cuerpo apareció en las costas de Santa Teresita. Hace relativamente poco fueron identificados los restos de María Ponce, me reencontré con Ana y de ahí el poema. Necesité hablar de eso, también para no permanecer en un locus amoenus, al modo de Garcilaso, en un lugar lírico puro e incólume. Hablar del agua trajo también esa realidad que nos costó tanto asimilar, una imagen de pesadilla y tan real sin embargo”.

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