Salta recibió a las mujeres con mucha resistencia. Semanas antes, hubo una campaña de sectores fundamentalistas ligados a la Iglesia Católica que habían pegado afiches por toda la ciudad con un símbolo del sexo femenino de color rosa y la consigna: “¿Lo van a permitir?” firmada por #CUIDADO SALTA. La campaña que tildaba a las mujeres de hordas que llegan para destruir la ciudad y la sociedad salteña cuestionaba la ideología de género y su capacidad de horadar la institución de la familia. La campaña, que también se amplificó en los medios, fue muy agresiva.
Salta es una provincia conservadora y la mayoría de sus habitantes, muy católicos. Las escuelas, tanto públicas como privadas, tienen dentro de la currícula obligatoria la materia “religión católica” y no se dicta educación sexual. (La provincia no adhirió al Programa Nacional de Salud Sexual y Reproductiva.)
Encabeza los índices de femicidio del país y en el mes de septiembre fue declarada en estado de emergencia por violencia de género después del femicidio de dos mujeres, Abigail Antelo, de Salvador Mazza, y Evelyn Beatriz Rivero, en Orán. En el Encuentro estuvo muy presente la sombra del último femicidio que conmovió a la provincia: el de Evelia Murillo, una docente que para evitar un ataque sexual a una estudiante wichí en la comunidad originaria de El Bobadal, de Tartagal, fue asesinada.
En este escenario se reunieron las 40 mil mujeres que dieron vida al ENM más multitudinario de esta historia –que ya acumula 29 años– y acordaron, entre las numerosas conclusiones de los 63 talleres que funcionaron de manera horizontal, reclamar la aprobación del Proyecto de Ley de la Campaña sobre el Aborto Seguro y Gratuito para legalizar el aborto en nuestro país y repudiar el texto del artículo 19 del nuevo Código Civil, que dice que la persona humana comienza con la concepción. También que se responsabilizó a los Estados por la violencia de género y por las redes de trata. En ese sentido, se pidió que se declarara la Emergencia Nacional en Violencia de Género.
Como cada año, algunos rituales se repitieron: la palabra circulando sin jerarquías, la marcha que el segundo día hace visibles a las mujeres y sus demandas, las noches en bolsas de dormir, el intercambio de experiencias, las diferencias y los acuerdos.
Y, como siempre, también hubo mujeres que se encontraron por primera vez en este espacio multitudinario, horizontal, democrático y autónomo. Un espacio que las modificó, las abrió a nuevas miradas y perspectivas, las inyectó de entusiasmo y, sobre todo, les brindó la contención que da el saber que no se está sola en la lucha o que los problemas personales no lo son tanto si les pasan a muchas; que hay incontables otras mujeres en el país, en la misma senda.
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