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Viernes, 5 de diciembre de 2014
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COSAS VEREDES

Perras fuera

En Arabia Saudita, muchos restaurantes y cafés han colgado en sus puertas carteles que advierten “prohibido el ingreso de mujeres” como si fueran mascotas que apenas controlan esfínteres. Es que ellas también tienen “dueños” en este reino de la Península Arábiga donde siempre tiene que haber un “él” para autorizar que estudien, trabajen, saquen un documento o se sometan a una operación de urgencia.

Por Guadalupe Treibel
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“¿Se acuerdan ustedes de la Sudáfrica del apartheid? Sí, aquel régimen racista tan repugnante que un montón de países condenaba y boicoteaba”, inaugura el periodista y bloguero Mikel López Iturriaga en un reciente artículo del diario El País. Y luego, preso de la indignación: “Siempre me he preguntado por qué tan justa actitud nunca se ha aplicado a los estados que discriminan por sistema a las mujeres, como Arabia Saudita. Para muchos debe de ser tolerable que la ley las considere personas medio lerdas, necesitadas de tutela, incapaces de conducir o de viajar solas. O, al menos, más tolerable que la segregación racial...”. La –bienvenida– apreciación, cuyo paralelismo podría ser extensivo a otras históricas formas de intolerancia, tiene actualidad y razón de ser: y es que en el ya mencionado reino de Medio Oriente en la Península Arábiga, muchos restaurantes han colgado cartelitos que prohíben la entrada a mujeres. Tal como suena: carteles que impunemente anotan “Prohibido el ingreso de mujeres”, como ocurriera en Alemania en los años ’30 o en el citado apartheid que rigió hasta comienzos de la década del ’90.

“¿A cuento de qué?”, se preguntarán quienes hayan caído en el desconcierto. Pues, flamantes vigilantes de la moral, los dueños y encargados de cafés y restós consideran que las señoritas –especialmente las solteras, principal target de la medida– “hablan alto sin mostrar respeto”, “actúan de manera escandalosa”, “usan celulares en los que suena música alta”, “fuman” (el horror), son “mentalmente inestables” y –una favorita– “coquetean”. “Pusimos estos letreros porque hemos sido testigos de numerosos incidentes de flirteo en nuestras instalaciones”, fue la palabra de un anónimo empresario, en un vano intento por justificar sus acciones al diario arábico Al Hayat. “Sólo los quitaremos cuando estemos seguros de que los galanteos no volverán a ocurrir”, subrayó. Pero, ¿cómo? ¿Acaso nunca leyó las máximas del escritor y aristócrata francés François de La Rochefoucauld? Después de todo, “es una especie de coquetería hacer alarde de nunca practicarlo”. En fin...

La restricción de hecho –sin aval legal real– tiene sus bemoles. A saber: que estos sitios sí admiten el ingreso de ladies... siempre y cuando estén acompañadas de sus “guardianes masculinos”. Porque, tal como explicaba sobre el panorama amplio hace un tiempito Aziza Yousef, una de las cinco árabes más poderosas del mundo, según la revista Gulf Business, profesora universitaria y luchadora incansable por el derecho de las mujeres sauditas, “el guardián es siempre el último responsable de cada una de las mujeres a su cargo, incapacitándolas expresa o tácitamente para la toma de decisiones”. “El problema, siempre lo digo, es consecuencia de las tradiciones que han instaurado esta idea de que una mujer ha de tener un cuidador, ya sea su padre, marido, hermano o hijo”, agregó entonces la doña.

Y ejemplificó diligentemente: que allí las señoras y señoritas no pueden estudiar sin el permiso de ellos, aceptar un trabajo sin su aprobación correspondiente u operarse de urgencia sin la firma cotejada. Tampoco sacar pasaportes por cuenta propia, tramitar independientemente su papeleo, viajar sin el OK de su custodio. Básicamente, son tratadas como si fueran menores de edad toda su vida. Qué va: no por nada el Daily Mail británico le ha dado a la nación el título de “una de las peores del mundo en derechos femeninos”. ¿Será? Bueno, hace ya un par de décadas que luchan porque, al menos, las dejen manejar coches. Sin suerte, dicho sea de paso. Al menos pueden andar en bicicleta... en “áreas recreacionales”, cubiertas, acompañadas por un varón.

“Pasé los 50 años, soy médica y han pasado por mis manos miles de pacientes, pero aun así necesito el permiso de un guardián para ir a una convención”, se quejaba hace unos meses la doc Samia al Amoudi, laureada internacionalmente por su laburo en campañas de concientización contra el cáncer de mama. ¿Qué dirá ahora que ni siquiera puede entrar a cantidad de cafeterías sin la compañía de su hijo, su actual tutor tras haberse divorciado? “Restaurantes y cafés son los dos espacios recreacionales centrales para las mujeres del país. Con esta prohibición, esencialmente se las está forzando a permanecer en sus hogares”, destacan medios a lo largo y ancho. Bueno, tampoco es que les sobran monedas para gastar; después de todo, según informes varios, ganan prácticamente la mitad que sus pares masculinos.

Replican, además, la intentona del organismo National Society for Human Rights (NSHR) por detener tamaño espanto sexista. En palabras de su vocero Khalid al Fakhri, “estos carteles van en contra de la ley y reflejan las opiniones conservadoras de los dueños de los locales”. Y en palabras de López Iturriaga, “rezo a Alá para que NSHR gane”. Momento de acompañar en las oraciones.

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