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Viernes, 12 de diciembre de 2014
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La flor del Amazonas

Nísia Floresta
(1810-1885)

Por Marisa Avigliano

“¿Está diciendo que los textos que publica Julia los escribe su marido?”, le dice enfurecida la protagonista de Lado a lado (una telenovela brasileña de ésas que detienen la noche en el Amazonas) a Caio Guerra, el director del diario. No es una pregunta, es un alegato, porque ella, Laura –una heroína del 1900–, también escribe. Las mujeres apenas leían en la Portugal de América a comienzos del siglo XX y muchas menos publicaban (por eso Laura firma sus artículos con el nombre de un hombre falso, Paulo Lima). La Julia de la que hablan es Júlia Lopes de Almeida, pionera feminista carioca casada con el poeta Filinto de Almeida y quien inspiró junto a Nísia Floresta a los guionistas del culebrón para crear a Laura Assunción, la chica de la telenovela.

Nísia (Dionísia Gonçalves Pinto) nació en un simbólico –¿o se dice diabólico?– día de octubre, el 12, en Papari, en el estado de Río Grande del Norte y a los trece años ya estaba casada con el hombre que le habían destinado. La esclavitud no duró mucho porque a los pocos meses Nísia dejó a su marido y volvió a casa. Un adiós inadmisible en tiempos en los que las mujeres no eran dueñas ni de su cuerpo. Vivió en Pernambuco y en Recife hasta que a los dieciocho se fue a vivir con Manoel Augusto de Faria Rocha, profesor de la Facultad de Derecho y padre de sus hijos. Fue siempre Augusto para Nísia, nunca Manoel porque así se llamaba también aquel primer marido impuesto que intimaba en las sombras cazarla por adulterio.

Mientras el infeliz amenazaba, ella publicaba artículos sobre las condiciones míseras en las que vivían las mujeres y escribía su primer libro publicado un año antes de la repentina muerte de Augusto, Derecho de las mujeres e injusticia de los hombres: “Todavía los hombres arrastrados por la costumbre, prejuicio e interés, siempre tuvieron total seguridad en decidir a su favor, porque la pose los colocaba en estado de ejercer la violencia en lugar de la justicia”. Nísia supo temprano que a sus letras de militancia, éxtasis instrumental con sujeto en femenino, tenía que sumarle la fundación de una escuela en la que las niñas estudiaran lo mismo que estudiaban los varones –ciencias, matemática, geografía, lengua y literatura– y no sólo bordado en blanco y economía doméstica. Creó Augusto (en homenaje a su compañero muerto) un colegio inspirado en las escuelas francesas dirigidas por mujeres que no tardó en ser centro de críticas de la espeluznada sociedad imperial “...la aguja se oscureció. Los esposos necesitan que las mujeres trabajen más y hablen menos”. ¿Esa obviedad iba a amedrentar al alma brasileña que había abandonado al asfixiante partenaire doméstico? Nunca y menos cuando la escritora –también pionera en la literatura indigenista brasileña– iba por más publicando A lágrima de um Caeté, un poemario sobre la iniquidad y el servilismo con los que los colonos trataban a los habitantes de Pernambuco.

La salud quebrada de su hija la alejó de Río y la mudó a hospitales europeos. Instalada en el Viejo Continente (Inglaterra e Italia editaron algunos de sus libros), la nordestina de cuna burguesa (era la hija de un abogado portugués) rodó la rueda de los positivistas del siglo XIX y fue una de las pocas mujeres que en Père Lachaise acompañaron el cortejo fúnebre de uno de sus amores, Auguste Comte. Regresó un tiempo a Brasil y después volvió a Francia, murió el 24 de abril de 1885 tras una neumonía en Rouen. Cuando repatriaron sus restos, su ciudad natal había dejado de ser Papari y ya se llamaba como ella.

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