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Viernes, 13 de febrero de 2015
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cine

Otra vez sopa

Fantasías de cartón, sexo sin genitales y la monogamia como la zanahoria de toda mujer de bien son parte del catálogo que despliega la versión cinematográfica del best seller 50 sombras de Grey.

Por Marina Yuszczuk
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En los últimos años la saga Crepúsculo le dio forma de vampiro a las fantasías pre-debut sexual de muchas adolescentes; ahora la saga Fifty Shades of Grey, salida de una máquina similar que tritura fantasías y las devuelve convertidas en estereotipos complacientes, se propone capturar un segmento del mercado que Crepúsculo había dejado afuera, el de las mujeres adultas que ya están listas para el sexo y pueden ir por más. Como una especie de Jane Eyre siglo XXI, la trilogía de novelas que destronó de la cumbre de los best sellers al mismísmo Harry Potter se convierte en película para contar el tortuoso debut sexual de Anastasia Steel, una chica con nombre decimonónico que resulta ser la presa elegida por el depredador Christian Grey, un hombre torturado que esconde un secreto.

De un lado, la chica torpe y opaca que estudia literatura pero no lee mucho, trabaja en una ferretería y sigue virgen a los veintiuno. Del otro, el millonario avasallante y posesivo con una historia tormentosa, hijo de una mujer que era adicta al crack y adoptado por una familia de plata. Entre los dos, el lenguaje de las telenovelas del que no se corren nunca y un sexo sin olor, sin genitales. Pero la fantasía pasa por otro lado: cuando el magnate descubre a Anastasia, toda inocente con su suetercito y su costumbre de morderse el labio sin querer, no tarda en querer apropiársela. Y aunque se muera de ganas, como el vampiro de Crepúsculo, es un hombre de principios y no piensa tocarla hasta que ella firme un contrato donde se compromete a ser su esclava sexual y reconocerlo como amo. Por eso Fifty Shades of Grey es tan ambigua, porque superpone una supuesta aventura sexual que lleva a una mujer a explorar los límites del dolor y del placer, con la negociación sobre esos límites que se parece a cualquier matrimonio. Punto por punto, la película se preocupa demasiado por no herir lo que supone que es la sensibilidad femenina, y así es como Grey le propone a Anastasia una relación exclusiva, monogámica, les presenta a los padres y se refiere a ella como “mi novia”. Lo que no le cierra a la chica, más que la posibilidad de recibir unos cuantos latigazos, es que él no se abre emocionalmente: ¿Por qué no podemos dormir juntos? ¿Por qué mantenés la distancia? ¿A qué le tenés miedo?

Los reproches de ella son un compendio de las llamadas actitudes “de minita”, y el sexo es un compendio de consejitos eróticos estilo sexóloga de la tele: Grey le baja la bombacha con delicadeza, se aparece con un vino blanco y dos copas, le desliza un cubito por el pecho hasta dejarlo en el ombligo, le pasa una pluma de pavo real por la pantorrilla. Y nunca, pero nunca, le pide que le chupe la pija. Si “LA” mujer estereotípica existiera, y si deseara todo tal como la sociedad se lo quiere vender, Fifty Shades of Grey podría ser la representación visual de las fantasías de ese robot-mujer: un millonario poderoso que hace deportes, salido de una propaganda de calzoncillos, la persigue, le regala autos y computadoras, se hace el difícil, le dice que no sirve para el romance pero le manda mensajitos que dicen “te extraño”, la pasa a buscar en helicóptero, sale de la cama para tocar el piano, melancólico, después del sexo.

Los dos, Grey y Anastasia, son caricaturas del reparto más bobo de los géneros, ella como presa ingenua y él como cazador con una tara emocional que lo empuja al sadomasoquismo (y la película es bastante traidora al moralizar las preferencias sexuales de él). Y sin embargo Fifty Shades of Grey, despreocupada del lastre de todo realismo, casi consigue hacer con todo eso una historia divertida, sin culpas, un juego donde fantasear con lo más recalcitrante de los estereotipos que además conecta con el cuento del hombre poderoso que consumimos desde la infancia en Austen, en Brontë y tantas otras historias, ese que no quiere sentir pero cae rendido ante una chica a pesar de sí mismo. Lástima que a Anastasia, formateada para la monogamia, nos quiera aguar la fiesta con demasiados reclamos de pareja.

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