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Viernes, 20 de febrero de 2015
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DEBATES

Apostilla a las políticas de la teta

El viernes 6 de febrero este suplemento publicó "La subversión de las tetas", una nota de tapa que abría el debate a raíz de la reglamentación de la ley de lactancia materna en un contexto hostil hacia muchas: trabajadoras precarizadas, cortísimas licencias laborales y un escaso reconocimiento del cuidado como valor. La investigadora Carolina Justo von Lurzer recogió el guante y sigue la discusión en este texto haciendo foco en el cuerpo de las mujeres como línea de fuego donde se libran (y van...) tantas batallas.

Por Carolina Justo von Lurzer

La semana pasada se publicó en este suplemento una nota acerca de la lactancia materna titulada “La subversión de las tetas”. Este texto dialoga y discute con algunas de sus afirmaciones. Lo hace en primera persona, desde la propia experiencia de amamantamientos diversos, pero con la convicción de que lo dicho aporta a una reflexión para nada casuística sobre lo que el suplemento llamó las “políticas de la teta”.

La nota parte de una ficción futurista en la que ya no existan madres que amamanten sino infantes criados a leche de fórmula. Hace especial hincapié en los roles y disputas de Estado y mercado en relación con la definición de horizontes para la lactancia materna así como en la participación de la corporación médica en su acompañamiento o rápido y completo desaliento. También se detiene en ciertos prejuicios sociales y los modos de circulación de información y redes de solidaridad y empoderamiento para mujeres que quieren dar la teta.

Querer, éste es un verbo que atraviesa prácticamente por completo la argumentación y que se liga fuertemente con el placer y el amor. Esta cadena de sentido es habitual en las campañas públicas en torno de la lactancia que con slogans por demás emotivos sostienen que dar la teta es amar. Claro, y aquí la primera persona del singularísimo, puedo dar fe de que para mí dar la teta fue amar, fue un deseo y comportó unas dosis orgásmicas de placer. Ahora bien, ¿no darla? Afirmaciones del tipo “Dar la teta es dar lo mejor de vos”, o “La lactancia es el vínculo de amor que vuelve sanos, fuertes y felices a nuestros hijos” deja a quienes no hemos dado la teta en un lugar bastante peculiar, diría entre exótico y abyecto.

Tengo dos hijos, uno de nueve años a quien amamanté hasta poco más del año sin mayores problemas que unos pezones agrietados las primeras semanas. Otro de un año y dos meses a quien no amamanté y que, en virtud de los discursos sociales en torno de la lactancia materna, probablemente corra la suerte de ser estúpido, incapaz o un traumado por el lazo afectivo materno mal constituido de origen. Véanse al respecto sentencias tales como “La lactancia materna favorece y fortalece la relación de afecto entre la mamá y el bebé y contribuye al desarrollo de niños capaces, seguros y emocionalmente estables” (Ministerio de Salud) o la más taxativa “La lactancia materna asegura la salud e inteligencia de tu bebé, alimenta su cuerpo y el amor que sentís” (Unicef). El, un tarado con trauma, yo una desamorada, lindo cuadro familiar. A esto se suman las múltiples versiones “de diseño” que pueden encontrarse con una navegación rápida y que tienden a convertir la etimología de raíz mamaria en amor puro y duro: “AMAmantar”, es la que mejor lo ejemplifica. ¿Exagero? No, simplemente llevo al absurdo el efecto de un discurso para poder problematizarlo porque está, sencillamente, naturalizado.

Yo quise y no pude. No, no, ninguna no puede. Te informaron mal. No te acompañaron. No buscaste donde debías. Todos los bebés quieren la teta. Mi hijo menor no quería tomar la teta. ¡No! ¿Cómo no va a querer? ¿Qué decís? ¿Estás loca? No quería, les juro... lloraba, gritaba, no chupaba, corría la cara. ¡Tengo testigos! Ah, no, tu hijo entonces tenía “aversión oral” y eso se revierte. Eso vos, como mamá, lo tenías que poder revertir. ¿Buscaste ayuda? ¿Cuánto esperaste? ¿Te sacabas leche? Tendrías que haber relactado.

Dos meses y medio de escuchar a mi hijo llorar desesperado porque no había modo de que el amamantamiento sucediera. Salí del sanatorio sabiendo que algo no funcionaba, fui a dos pediatras para encontrar la fórmula de la no fórmula. De qué modo postergar la mamadera, de qué modo nutrirlo sin perder la posibilidad de que ese vínculo con la teta (no conmigo, con la teta) se produjese. Sí, vino una puericultora a casa. Sí, también, me compré corpiños color sandía. Tomé levadura de cerveza y mate cocido. Lo cambié de posición cien veces, hice “la teta parabólica” y no. No funcionó. Mientras tanto escuché y leí todos esos discursos, me hicieron todas esas preguntas y me dieron todas las indicaciones del deber ser lactario. Eso no me ayudó, me entristeció profundamente.

“No hay imposibilidad, lo que hay es desinformación” se sostiene en la nota publicada en este suplemento. Y recuerdo perfectamente esa sensación inducida ¿cómo era posible que me sucediera lo imposible? Es casi enloquecedor. Yo sabía, sabía lo que quería, sabía cómo hacer, lo había hecho ya, busqué ayuda, sabía y no podía. Yo deseaba pero no podía. Para la “política discursiva de la teta” querer es poder y yo manifiesto mi profundo y completo desacuerdo con esta afirmación y con todas sus consecuencias normalizadoras y culpabilizadoras. Si querer es poder, las madres que no podemos somos anormales, desapegadas, vagas, culpables de no proponérnoslo con el suficiente tesón o víctimas de un monstruo médicomercantil que nos aparta del buen camino.

Respecto de las que no quieren, incluso aunque pudieran, valga decir que tampoco acuerdo con que la autora reconozca el derecho de no amamantar en virtud del criterio que afirma que “el placer no es obligatorio”. Más bien me inclino a pensar que preferimos que el placer no tenga una única forma, ¿verdad? Además ¿quién se arrogaría la capacidad de definir que la lactancia –o lo que fuere– es per se placentera? Tal vez no lo sea para muchas, tal vez no lo sea como no lo es para muchas buena parte de la experiencia de maternidad.

Y allí también me parece importante señalar otra ausencia en la reflexión que aquí se discute y que tiene que ver con las condiciones en las que se amamanta. La lactancia se produce en puerperio. La Liga de la Leche y otras organizaciones enfatizan en las implicancias que el contexto tiene sobre el amamantamiento, recomiendan dar la teta en tranquilidad, lograr que “las condiciones externas reduzcan al mínimo el nivel de estrés de la mujer y permitan que la leche simplemente fluya” y sostienen que “bajo circunstancias normales, amamantar es una experiencia placentera tanto para la madre como para el niño”. El puerperio es una condición interna, no se parece en nada a una situación de normalidad y es lo más cercano a un estado de excepción que he conocido. Tal vez cabría también incorporar alguna política discursiva sobre el puerperio que acompañe a quienes les toca transitar esa oscuridad. Ah, nobleza obliga, la Liga de la Leche afirma: “Es importante recordar que su bebé la quiere, tanto si toma el pecho como si no”. Estas afirmaciones no soportan un análisis comunicacional ni de superficie... digámoslo así, si hay que aclarar será que antes se habrá oscurecido.

Esto no es un manifiesto contra la lactancia. La banco, le aguanto los trapos, la sigo a todas partes. Banco la licencia extendidísima por nacimiento, no sólo por lactancia ni sólo para las madres, para quien cuide, para quien sea que establezca ese primer vínculo amoroso con este mundo hostil al que llegan los bebés. Banco que el Estado se haga cargo de asegurar esas licencias y de regular a un mercado que nos llena de fórmulas de la felicidad. Esto es en todo caso un alerta sobre cierta operación frecuente cuando se trata de hablar del cuerpo –con o sin tetas– como “terreno de disputa” y que consiste en suponer que nuestro discurso no tironea, sujeta o hiere los cuerpos. Esto en todo caso es entonces un manifiesto contra los discursos dominantes sobre la teta, esos que a muchas de nosotras sencillamente nos expulsan de su Vía Láctea.

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