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Jueves, 2 de abril de 2015
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experiencias

Hay cadáveres

El hartazgo por las crecientes cifras de femicidios y violencias contra las mujeres aúnan las voces de muchxs que se preguntan por qué no salir a la calle a gritar tantas muertes. Algo de esa pregunta empezó a corporizarse en la acción Ni una menos.

Por Flor Monfort y Marina Mariasch
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Ingrid Beck

Es hora de que las muertes de las mujeres a manos de varones pasen a ser un tema de la sociedad entera. El jueves pasado, desde las 16, en la Plaza Boris Spivakow del Museo de la Lengua, éramos bastantes mujeres, había pocos varones, y muchas lágrimas, abrazos, reencuentros. Había mucha tristeza y bronca contenida. La madre y el padre de Wanda Taddei, Beatriz Regal y Jorge Taddei; Adriana Belmonte, la mamá de Lola Chomnalez, algunxs de quienes leyeron con la garganta hecha un nudo por sentir el dolor en el cuerpo, por ese cuerpo criado y cuidado que un día se convirtió en deshecho de un violento. Al mismo tiempo, en la ciudad estallaban otros reclamos: a la vuelta, sobre la avenida Las Heras, frente a la embajada de Paraguay, se escuchaban los ecos de sus proclamas; en el centro, un repudio a la quema de un muñeco de Hebe.

En la plaza, bajo un sol tibio ya otoñal, entre las rejas bien recoletas de una zona exclusiva conocida como “la isla”, éramos muchas mujeres, casi todas militantes públicas contra la violencia machista. Muchas, pero no las suficientes para tomar la calle, cortarla, llamar la atención sobre las muertes que se acumulan, sin cifras oficiales, pero con el relevo escalofriante de la ONG La casa del encuentro: una mujer muere cada 30 horas en la Argentina. La intención de esta acción espontánea llamada Ni una menos es salir a la calle a compartir la furia, no sólo para no seguir estancando la ira sino para agitar la agenda política de un tema que parece invisible, como si siguiera siendo un asunto que se resuelve puertas adentro. El femicidio de Daiana García, aparecida en una bolsa negra de consorcio entre restos de basura, fue el puntapié para la reunión, de la que participaron leyendo poemas y textos propios y ajenos, durante más de cuatro horas, María Moreno, Selva Almada, Ingrid Beck, María Pía López, Florencia Abbate, Vivi Tellas, Virginia Cano, Luciana Peker, Colectiva de Antropólogas Feministas, entre otrxs. La acción se replicó en Córdoba a horas del femicidio de Andrea Castana, con lecturas, performances y proyecciones.

Algo del espíritu de las lecturas puede resumirse en el deseo de ocupar el espacio público con libertad, salir a la calle a cualquier hora, caminar sin sentir el aliento en la nuca, circular con la ropa que queramos, cuando queramos, sin que eso sea tomado como símbolo de provocación, de procacidad. Salir sin corpiño, sin remera, con la calza donde se nos cante, el culo inflado de maternidad y torta. A la plaza fuimos entre amigas, con nuestras hijas e hijos, para juntar recursos y estrategias, para darnos una mano y sostenernos. Como Belmonte, que temblaba mientras leía pedazos rotos del diario de su hija que quería crecer y ayudar a otrxs: quería ser psicoanalista y acróbata. La mamá de Lola Luna, asesinada en Valizas a fines de diciembre, bajó el escalón de piedra del brazo de una amiga. Estábamos todas en la misma. ¿En la misma bolsa? Hoy no, pero tal vez mañana. “Yo no soy la mujer de la bolsa, porque esa (entre otras) es Daiana, quien ya no está, y nada debería borrar lo insustituible de su ausencia, lo irrecuperable e insuplantable de su muerte violenta a manos de un femicida”, leyeron Cano y Marta Dillon a dueto, en un texto que titularon “Que la rabia nos valga”, arengando también a las identidades trans, tortilleras, tan víctimas del heteropatriarcado como el resto. Por nombrar un emblema: la Pepa Gaitán, fusilada por el padrastro de su novia el 7 de marzo de 2011.

Es de esperar que esta acción sea la primera de muchas, la que lanza al mundo ese grito contenido que venimos tragando, pero que alivia su llanto en la viralización en las redes sociales: muchas dicen basta y quieren sumarse en el futuro. Que así sea.

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