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Viernes, 17 de abril de 2015
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cine

Nosotras y las otras

En Clouds of Sils Maria, dos actrices ensayan una obra y en ese devenir, y el de sus vidas, dejan entrever buena parte de la mentira del mainstream, el paso del tiempo y el amor entre mujeres.

En la frontera sudeste de Suiza, donde los Alpes hacen del territorio compartido con Italia un mismo borde indiferenciado y antiguo, está el Paso de Maloja. Cuando las nubes reptan entre las montañas se deja entrever, apenas, una forma difusa y cambiante que recibe el nombre de Serpiente de Maloja. Esa figura impalpable y sugerente –pero real, o tan real como puede ser el cine– está en el centro, brumoso, de la nueva película de Olivier Assayas, una que contiene ficciones entretejidas de tal modo que una tiene la impresión de estar viendo el trabajo de un prestidigitador, algo parecido a lo que pasaba en esa otra delicia que era copia certificada de Abbas Kiarostami. Lo que pasa que Binoche no es cualquier actriz: acaba de pasar los cincuenta y los años no hicieron más que sumarle suavidad a esa belleza sin esfuerzo, que puede tanto aparecer en una publicidad de Lancôme como divertir con esos rasgos que recuerdan lejanamente a los de un ratón, uno que dice la verdad cuando se ríe.

Binoche tiene la rara virtud de la naturalidad y eso le permite interpretar ficciones dentro de ficciones sin que se perciba jamás el momento en que se pasa de un nivel de la representación al otro. Y Kristen Stewart, que en los últimos años se dedicó a sacarse de encima el registro novelero de la saga Crepúsculo, aparecer con anteojos y encarar papeles que la hacen ver como una punk-intelectual que se caga en ser linda y tener de fans a las teens de todo el mundo funciona como la compañía perfecta. En Clouds of Sils Maria Binoche es Maria Enders, una actriz que comenzó su carrera interpretando en el teatro a una chica que hace enamorar y arruinarse a una mujer que la dobla en edad. Pero los años pasaron, y por si a Maria le faltaba darse cuenta, un director le ofrece volver a interpretar la misma obra encarnando esta vez a la mujer más grande. El golpe es fuerte y no necesita explicaciones para cualquiera que tenga cierta coquetería con la edad, y Maria la tiene. También se está divorciando, y aunque pueda transformarse en una diva para una producción de fotos en la que le ofrecen joyas y un ropero completo de Chanel, al comienzo de la película la vemos sentada en el piso de un tren, discutiendo fuerte con el abogado de su ex. Kristen Stewart es Valentine, su asistente, tiene unos años más de los que tenía Maria cuando interpretó ese papel que ahora le vuelve como un boomerang, y cuando ayuda a la actriz a memorizar su parte en la obra, el texto no deja de decir cosas que suceden entre ellas dos y que ninguna parece registrar. La ironía es simple, pero lo que no es simple es el lugar que Maria Enders cree ocupar como la adulta en esa relación que es más que laboral, y que por momentos parece sugerir una derivación sexual más que inminente.

En el paisaje sinuoso del Paso de Maloja, la película despliega sus temas con una liviandad –en el mejor sentido, porque quién puede soportar la importancia que se señala a sí misma como tal– tan ondulante como esa formación nubosa que se deshace en hilachas de vapor invisible. La importancia misma también aparece como cuestión, cuando el mundo del espectáculo masivo es rebajado una y otra vez por la risa de Maria y defendido por Valentine, alguien que puede encontrar pasiones verdaderas en una película de astronautas y recibir el presente –por algo es joven– como Maria no quiere ni puede. O celebrar la espontaneidad y el salvajismo de una pendeja que se deja filmar borracha y amenaza al exnovio con un arma, como hace Valentine-Kristen Stewart en un momento: separada escandalosamente de Robert Pattinson, y perseguida por fotógrafos sedientos de tener pruebas concretas de la sospechada relación amorosa de Kristen con su asistente Alicia Cargile –con la que suele pasear de la mano, las dos en jeans y zapatillas–, Assayas no desdeña ese material, y deja que su serpiente de Maloja sugiera un recorrido de los circuitos “cultos” al ambiente más trash de los paparazzis y el cine pochoclero.

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