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Viernes, 24 de abril de 2015
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escenas

La mujer fatal del peronismo

Deshonrada, la historia cruel de Fanny Navarro en la piel de Alejandra Radano, bajo la dirección de Alfredo Arias.

Por Alejandra Varela
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Ella está apestada. Maldita. La noche vibra como el viejo celuloide y una manivela invisible la lleva por un espacio kafkiano. Interrogada, acusada, su gestualidad tomará dimensiones inauditas. La sombra que se proyecta en escena le exige una actuación, un dramatismo, que la voz de Alejandra Radano sacude para darle al tango, a la canción discepoliana, su naturaleza teatral.

En la dramaturgia de Gonzalo Demaría se escribe sobre lo ya ocurrido. Cada testimonio de esa escena alocada se alimenta de una biografía para volcarla en las zonas donde la historia muta en opereta de terror.

Si el peronismo es el idioma de la política argentina, su crónica, el despojo de cada uno de los personajes que su caída llevó al compás de la tragedia, tendrán el halo revelador del odio.

La mujer que pasa de narradora a protagonista es Fanny Navarro. La mujer que hace del virtuosismo del canto otro registro de la actuación y reproduce el estilo de las estrellas de los años ’40 y ’50 pero que al hacerlo piensa un modo de opinar, de vincularse con el texto desde lo sinuoso y lo inesperado, que hace del decir una tensión entre sentidos, es Alejandra Radano. Están allí para señalar dos temporalidades, porque el parlamento resuena demasiado próximo cuando la amiga de Evita, la amante de Juan Duarte, debe explicar que su adhesión al peronismo es auténtica, cuando la simbiosis con su amiga muerta toma la forma de una sombra y ella es un personaje del cine mudo corriendo en la noche expresionista, aceptando el duelo con el Capitán Gandhi como si se tratara de una farsa oscura.

En esa iluminación perfecta de Gonzalo Córdoba se escribe la dramaturgia de Deshonrada. Los personajes pueden desaparecer en el negro o enfocarse en la pantalla de cine blanca que se dibuja por momentos. Un mundo en blanco y negro como proponía el cine alemán de los años veinte. Extremos donde el blanco le pertenece al militar que actúa de médico extraviado. Y basta con que se ponga los guantes de látex para que la tortura adquiera una forma plástica que no necesita de su realización. Así funciona la creatividad de Alfredo Arias, con pocos recursos que explotan en una narración en imágenes que estrangulan las acciones para sacarlas de su literalidad.

Si Demaría escribe en diagramas arquetípicos, si su palabra puede sonar demasiado explicativa como un modo de buscar en la letra la desproporción de esos antagonismos, allí está Arias para hacer del enfrentamiento una poética y demostrar que el trabajo del director es construir una lectura del texto que lo revela como incompleto, materia a tallar y descubrir en la puesta en escena. Los actores nacen de él, así como Navarro parece entrar en un diálogo incesante con sus muertos. Ella es Antígona Vélez en la noche plateada de la pampa enterrando a su hermano. En los personajes que Navarro compuso, identifican Demaría y Arias la premonición de su drama.

Fanny define la Revolución Libertadora como una comedia que desparrama sangre, que la destruye, mientras el descabellado capitán Gandhi se enfurece pero no deja de actuar.

El sacrificio no sólo opera aquí en la figura del doble (otra alusión al expresionismo) donde la belleza santificada de Evita encuentra en Navarro una sensualidad que la hermana con tantas mujeres anómalas y deseantes de la primera mitad del siglo XX, también es el castigo posterior al éxito que parecía ampararlas en su atrevimiento por desobedecer el destino y las recibía al final de sus días para cumplir la letra del tango. Solas, perdidas, deshonradas.

Deshonrada, de Gonzalo Demaría, con la dirección de Alfredo Arias y las actuaciones de Alejandra Radano y Marcos Montes, se presenta los miércoles, jueves y sábados a las 20.30 en el Centro Cultural San Martín.

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