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Pablo se estira sobre su altura con su hijo Homero, de diez años, sobre su hombro y sigue parado aun cuando la marcha termina y la desconcentración sigue amuchando encuentros comiendo pizza con Coca-cola familiar y de parado. No es poco que alce a su hijo a mirar a una multitud que no quiere que mueran más mujeres asesinadas por varones que creen que el cuerpo de las mujeres les pertenece. Y Pablo forma parte de la diversidad de la marcha. Diversidad es diferencia. Y la diferencia entre varones y mujeres es notable cuando se conversa al azar con los varones, las trans y las mujeres que hacen multitud de la calle. Pablo conoce la violencia por la televisión y el impacto del femicidio de Gabriela Parra en un pizza-café de Caballito, apenas a treinta cuadras de su casa.
–No sé qué pasa con los hombres –dice y se pregunta. Las preguntas también marchan.
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