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Viernes, 5 de junio de 2015
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El triste primero de muchos

El triste primero de muchos

Bajo el hashtag #FirstHarassed, un espontáneo y viral movimiento tuitero invita a mujeres del globo a contar cómo y cuándo fueron acosadas por primera vez. En la vasta mayoría de los relatos, ocurrió cuando ni siquiera alcanzaban la pubertad.

Por Guadalupe Treibel
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De pocos años a la fecha, las etiquetas tuiteras o hashtags han demostrado una utilidad inesperada, férrea y ciertamente loable: la de incentivar el activismo online y permitir que cientos de miles de voces de variopintas coordenadas se reúnan bajo un tópico, una idea, una denuncia. En el campo del feminismo, hay ejemplos destacables como #EverydaySexism, aquella campaña tuitera que –aún vivita y coleando– continúa denunciando la presencia demoledora del sexismo en la vida cotidiana, sumando ya tres años y muchos, muchos miles de mensajes. O, para el caso, #YesAllWomen, el movimiento espontáneo que revolucionó la web el pasado año con millones de historias de misoginia, enojo y miedo en primera persona, detonadas por la indignación que generó la matanza de Isla Vista, en Santa Bárbara, California, cuando Elliot Rodger (22 años) salió a asesinar a mujeres porque... ninguna había querido acostarse con él. “En el día de la venganza, voy a entrar a la sorority más hot y voy a masacrar a cada puta rubia, presumida y caprichosa que encuentre allí dentro”, había avisado ¡vía YouTube! aquel múltiple killer previo a convertirse en (otro) auténtico psicópata americano. Entonces, sus compañeras hicieron la queja pertinente, pero la policía descartó la denuncia casi inmediatamente. Después de todo, Elliot sólo era un purrete resentido, ¿qué mal podía perpetrar? Seis muertes más tarde, nacía el #YesAllWomen, donde mujeres golpeadas, cansadas, con miedo, declaraban: “Sí, todas las mujeres somos blanco de agresiones, violencias, violaciones, asesinatos, acosos. Sí, es momento de decir BASTA”.

El BASTA, por supuesto, continúa sin cumplirse, amén de cifras globales que dejan en claro lo evidente: la violencia machista es una pandemia demasiado arraigada, y demasiado poco se hace para erradicarla. De hecho, un nuevo movimiento tuitero vuelve a poner sobre el tapete una de sus aristas más feroces: la del acoso. Bajo la etiqueta #FirstHarassed, la espontánea propuesta surgió el pasado jueves 28 de mayo, cuando la feminista afroamericana Mikki Kendall –escritora, periodista y analista de cultura pop, con sede en Chicago, Estados Unidos– prendió la mecha de la discusión. “En Tumblr muchas mujeres y niñas están hablando de la primera vez que fueron acosadas en la calle. Eso me dejó pensando: tenía 10 años cuando me ocurrió, y el tipo era un hombre mucho mayor, con canas en el pelo. ¿A cuántas de ustedes les sucedió lo mismo?”, compartió/preguntó en sus tuits ella, creadora del mentado hashtag que rápidamente se volvió en fenómeno viral.

Porque, lanzado el interrogante, cantidad de mujeres se hicieron eco, ofreciendo sus propias experiencias personales, confiando la primera ocasión en que fueron víctimas de comentarios ofensivos, de piropos inapropiados, de silbidos, de manoseos, de abuso sexual... Experiencias donde el denominador común pareciera ser la temprana edad de las muchachas. Y la adultez, sí, de los acosadores. Adultos transeúntes, colegas, extraños en transporte público, parientes cercanos que accionan con el beneplácito de testigos silenciosos que optan por mirar a otro lado. O que, peor aún, ni siquiera se mosquean frente a la situación de acoso, tan naturalizado el horror.

“Les pasa a todas las mujeres del mundo. Todo el tiempo”, advierten sitios de noticias que –multiplicando el dato del movimiento viral, festejando la unión de voces– han publicado algunos de los tuits más tremendos. Tuits como: “Fui acosada por primera vez a los 11, cuando un grupo de bomberos nos dijeron a mí y a mi madre que no sabían con cuál de las dos preferían acostarse” (@samanthadjb dixit). O: “Estaba en cuarto grado, en el patio durante el recreo. Un niño me tenía agarrada para que otro pudiera besarme. Me llamó ‘preciosa’. Todavía me detona escuchar esa palabra” (@VeganliciousLJ). O: “En séptimo grado, cuando dos chicos me tocaban las tetas, que acababan de desarrollarse, y mi maestra me pidió que me callara cuando le dije lo que estaban haciendo” (@sweatydudette). O: “Sentada frente a mi casa, 11 años; un hombre estacionó delante de mí y una amiga y empezó a masturbarse” (@hellostaceyjean). O: “Cuando tenía nueve, mi primo adolescente me llevaba al sótano de nuestra abuela y me tocaba para sacarse las ganas” (@FoxyKnoxyyy)...

Apenas una pequeña porción de los tantísimos dramas que –en francés, inglés, castellano– narran lo que las cifras a menudo denuncian. Dramones donde las minas tiemblan porque tipos se sienten autorizados a silbarles, gritarles, tocarlas, manosearlas... Dramones que humanizan estadísticas como las recientemente publicadas por la organización antiacoso Hollaback! en sociedad con la Universidad de Cornell, en Estados Unidos. A partir de entrevistas a más de 16 mil mujeres de 21 países, dicho estudio concluye que, por ejemplo: el 85 por ciento de las estadounidenses ha sufrido acoso antes de los 17 años, cifra que asciende al 95 por ciento en el caso de Argentina. O que (ejemplo dos) el 80 por ciento de las alemanas ha cambiado de ruta en más de una oportunidad al volver a su casa para evitar “situaciones incómodas”. Por supervivencia. Por miedo. Por instinto de preservación. Para intentar que hombres no las sigan por la calle; algo que –a nivel global– le sucede al 71 por ciento de las chicas. ¿Mundo hostil? ¡Qué va! Ni que el 50 (¡la mitad del género femenino del planeta Tierra, señores!) hubiese sido por ciento manoseada en público alguna vez... ¿Ah, sí? Ah.

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