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“Menos violencia y más orgasmos”, dice el cartel que la planta en su cuerpo, potenciado por el deseo de la libertad de elegir el placer a la violencia. Los varones solidarios, a su alrededor, discuten, diseminados por toda la plaza, por qué la violencia es sólo machista si la violencia es de los dos lados. La conversación se repite en boca de los hombres que van a poner un hombro de un cuerpo que no conocen. Las mujeres, en cambio, sí. No son manifestantes de una causa ajena. Son una masa que llena la plaza, las calles, el centro. Pero cada una de las que habla sabe de qué habla cuando habla de violencia. Lo sabe en carne propia. Y esa carne es la que hace la diferencia. La que no entienden, incluso, los varones que hablan y cuestionan ahí donde se puede hablar de violencia sobre qué es la violencia machista.
–En mi casa viví la violencia de chiquita. Mi padrastro le pegaba a mi mamá. Al principio yo le echaba la culpa a ella de que le pegara. El la maltrataba porque ella no podía tener hijos. Yo soy adoptada y fue muy fuerte que él, que decía ser mi papá, fuera una basura –relata.
El 3 de junio las palabras se dieron cita para ser liberadas. Pero no se trata de una catarsis masiva. Se trata de decir basta.
–Ya no quiero que pase lo mismo –recapitula María.
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