Una adolescente canta mirando a la cámara y un productor tararea negocios en las sombras, insidia de pureza con chupetines de anĂs en la boca. Es una chica ye yĂ© –las nuevas estrellas de la canciĂłn francesa de los años sesenta– y tiene apenas unos años más que France Gall, la lolita gala de Serge Gainsbourg que a los catorce cantaba “Les sucettes”, la canciĂłn que escondĂa sexo oral (“el sabor tiene el color de sus ojos, el color de los dĂas felices que, cuando desemboca en la garganta de Annie, hace que ella estĂ© en el paraĂso por unos pocos centavos...”) detrás de las paletas dulces. La jovencita rubia y ojos de araña se llama Ria Bartok. No es francesa, naciĂł en Einbeck, Alemania, pero es una promesa en el aventador cándido que aplauden las discográficas. Ria habla cuatro idiomas, es bonita y repite desde chica el eco estruendoso de las Ăłperas que canta su padre. Las palabras se meten en su boca y salen sin esfuerzo, un paraĂso sensible a pedir de moda. A los veinte años graba discos exitosos. Posa crĂ©dula y suspira, su melena de oro de Marylin y Violeta Rivas se mueve lo que la boca precisa mientras emula a la perfecciĂłn el ronroneo francĂ©s que el figurĂn necesita. En el armado del modelo a seguir Ria canta “C’est l’amour” mientras salta de sillĂłn a sillĂłn y de sillĂłn a mesa, se esconde y hasta da una vuelta carnero. Juegos a escondidas, juegos de entrecasa que copian las fans e ilusionan a más de un Gainsbourg. Aunque sabe cantar y dar la tonalidad exacta a su “Je suis bien” en otro de sus Ă©xitos, “Ecoute Mon Coeur”, es difĂcil rendir con honores y ser parte de un elenco poderoso de nĂnfulas en el que aparecen Sheila, Sylvie Vartan, Petula Clark y Jane Birkin. Como Suzanne Gabriello, Zizou, la amante de Jacques Brel y a quien le dedicĂł “Ne me quitte pas”, Ria no consigue el reino que estaba para ella. La adolescente crecida compite y gana (parece una pariente lejana, muy lejana de Rita Pavone, que le ganĂł en el ranking cuando Ria lanzĂł su tema “Coeur”) en “Parce que j’ai revu François”, delgada y buscando que aquel encanto sexual quieto y prometedor sea ahora gracioso quiebra sus piernas, luce sus zapatos de punta resbalando la suela contra el piso y baila en ciudad playera entre un ananá gigante y una pileta de plástico adornada con un cisne. El pelo sigue quieto –sĂłlo en algunos intentos de arrebatos sexies su melena de faisán se despeinĂł los bordes–, Ria busca el chasquido del Ă©xito usando un spray invisible. Es un compás de espera y no lo sabe, no queda mucho tiempo. Dos meses despuĂ©s de cumplir los veintisiete años Ria muere en el incendio que destruye su casa. La señorita Marie-Louise Pleisse (el nombre sin fama de Ria) estaba sola y fumando, dijeron los peritos. La gloria no alcanzĂł para lucubrar respuestas mejores que la de un cigarrillo encendido. Hace unos años el hogar Beatles de Abbey Road recuperĂł su catálogo para que Ria Bartok, la chica ye yĂ©, suene masterizada: “Todos los dĂas abro los ojos en ti/ cuando sonrĂes yo soy la más feliz...” en antologĂa de arcĂłn cuya llave guardaban las fans de los mercados de pulgas y las disquerĂas de viejos y que ahora tambiĂ©n conviven con los sonidos que YouTube y el Shibuya-kei, una variante del j-pop tokiota, atesoran.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.