Viernes, 20 de agosto de 2004
DÃas de gloria

A casi una semana del inicio de los Juegos OlÃmpicos, estamos en condiciones de afirmar que se parecen demasiado a cualquier sustancia adictiva, de esas que dan placer pero de las que es imposible desprenderse. ¿Acaso alguien es capaz de pasar por alto esa exhibición constante de cuerpos en tensión, tan sudados que parecen bañados en aceite, como si alguna mano aviesa los hubiera preparado para que alguien más se solace deslizando sus manos sobre ellos? ¿Hay quien pueda decir que permanece incólumne frente a los saltos ornamentales de quienes salen volando después de un breve impulso de trampolÃn? ¿Y esos trajecitos? Entre nosotras aún no podemos decidir si preferimos esas batas que dejan insinuado algo del pecho con que los luchadores de judo aparecen sobre la arena, revolcándose unos con otros en unas contorsiones eróticas que los dejan al borde del beso –y a nosotras del resuello–, o las ajustádisimas mallas de los maratonistas que no sabemos si cumplen pero sà que prometen. Y lo mejor es que hay para todos los gustos: hombres livianos como pájaros, grandes como monumentos esculpidos en piedra, chicas de músculos para el infarto y otras tan gráciles como gacelas despegándose del piso tras la bola loca del vóley. ¡DÃganle adiós a las pelÃculas estimulantes! ¡Llegó el momento de prescindir de los canales codificados! El deporte llega por canales de aire y promete noches encendidas para quien sabe mirar con ojo crÃtico a los atletas que en la misma ciudad de Adonis nos regalan el espectáculo de sus cuerpos y sus habilidades, que la fantasÃa sabrá acomodar en el baúl de la memoria para ser usados cuando más se necesiten. Una pregunta, ¿cuándo nos tocará el turno de ser sede olÃmpica? Porque todo esto puesto aquà entre nuestras callecitas porteñas augura muchas y mejores emociones. ¡Larga vida a los Juegos OlÃmpicos!
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