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Viernes, 14 de mayo de 2004
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La Misoginia Cristiana

Por León Ferrari *

En las primeras páginas del Génesis Dios crea la luz, los mares, el día, la noche, crea la inmortalidad, el Edén, Eva, Adán, y en el árbol prohibido el mal (“Yo crío el mal” (1) dijo y preguntó: “¿Hay algún mal que Yo no haya hecho?” (2)). Eva come lo prohibido y descubre uno de los males creados por Dios: la concupiscencia, el sexo. Eva la rebelde, la que enfrentó al Todopoderoso, la delatada por Adán, la que arriesgó su vida por alcanzar el conocimiento, la que nos legó el placer, fue desde entonces la culpada.
“Por una mujer comenzó el pecado y por ella morimos todos” (3), dice de Eva el Antiguo Testamento y en el Nuevo San Pablo manda callar a sus hijas: “Vuestras mujeres callen en las iglesias; porque no les es permitido hablar (...) Y si quieren aprender alguna cosa, pregunten en casa a sus maridos (4) (...) La mujer aprenda en silencio con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar ni tomar autoridad sobre el hombre, sino estar en silencio. Porque Adán fue formado el primero, después Eva; Y Adán no fue engañado, sino la mujer, siendo seducida, vino a ser envuelta en trasgresión” (5).
A la culpa por el pecado original se agregó a partir del siglo XIV la culpa por la brujería. En la campaña de la Iglesia, que culminó en la encíclica Summis desiderantes affectibus del papa Inocencio VIII de 1484, los padres dominicos Heinrich Institor y Jakob Spenser publicaron El Martillo de las Brujas, manual utilizado por el Santo Oficio durante tres siglos en la caza de brujas –reeditado 50 veces hasta 1669– donde los autores explican sus ideas y las de la Iglesia: “Según los Proverbios hay tres cosas insaciables y una cuarta que nunca dice basta: es la boca de la vulva, con la cual las mujeres se agitan junto al diablo para satisfacer su lascivia”, por eso, agregan los dominicos, “no debe sorprender que haya más mujeres que hombres infectadas por la herejía de la brujería. Y bendito sea el Altísimo que hasta ahora ha preservado al sexo masculino de tamaño flagelo. En efecto, El ha querido nacer y sufrir por nosotros en este sexo y así lo ha privilegiado” (6).
Mientras la Iglesia quemaba mujeres –frente a sus feligreses–, los artistas cristianos las demonizaban: Miguel Angel Buonarroti, Rafaele Sanzio, Jerónimo Bosch, Tiziano Vecellio, Lucas Cranach el Viejo, Hugo van der Goes, Julio Romano, N. Chapron y las Biblias luteranas Koberger, Lübecker y Grüninger, entre otros, crearon una nueva imagen del mal vinculando al diablo con la mujer, el diablo-mujer-serpiente, en las representaciones del Pecado Original.
La misoginia cristiana no se detuvo. Siglos más tarde, Justo Collantes S.I., profesor en la Facultad de Teología de Granada, reiteraba en 1965 -el año del Concilio Vaticano II– las ideas de San Pablo: “La facilidad con que fue engañada Eva –no así Adán– muestra que el natural de la mujer es más propenso a la sugestión y al engaño que el hombre. El hombre no fue engañado. Su pecado consistió en ceder a la petición de Eva. Pero su inteligencia, su criterio, no se había nublado” (7). La Iglesia ya no quema mujeres: ahora, gracias a ella, mueren víctimas del sida (otro de los males inventados por Dios) y en abortos clandestinos, consecuencias de su campaña por la penalización del aborto y contra los anticonceptivos.

Notas: (1) Is 45,7. (2) Amós 3,6. (3) Eclo 25,24. (4) 1 Co 14,34. (5) 1Ti 2,11. (6) Il Martello delle Streghe, Henry Institor e Jacob Sprenger, Marsilio Editori, Venezia 1977, p. 95. (7) Biblia Comentada, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1965-70, tomo VI, p. 990.

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