Viernes, 23 de abril de 2004
A mano alzada
Urgente utopÃa
(En busca de una estrategia que amplÃe los lÃmites de una ciudad sitiada)
Por MarÃa Moreno

Realmente es necesario durar para triunfar? ¿a partir de qué punto de longevidad puede hablarse de éxito? ¿debe el hombre sumirse en la angustia y en la injusticia porque el éxito de sus empresas no está asegurado?" Estas preguntas fortalecedoras pertenecen al libro Las utopÃas sociales en América Latina en el siglo XIX del doctor Pierre Luc Abramson. Se trataba de cuestionar el fin de las utopÃas, esas detalladas proyecciones polÃticas que bajo la forma de ciudades imaginadas, comunidades episódicas o islas de la fantasÃa propusieron un socialismo de la igualdad + felicidad. El que llegó más lejos en la apuesta utópica fue quizás el francés Charles Fourier, que concibió en el siglo XIX un espacio agrÃcola y doméstico donde el ideal era tener muchas pasiones y muchos medios para realizarlas: ArmonÃa. La cita entre interrogantes del libro de Abramson tiene actualidad. Sucede que, mientras Globalización avanza, UtopÃa parece ser el único escudo. En el catálogo de la Bienal del Withney Museum publicaron, en el contexto de una exposición, La teorÃa de los cuatro movimientos de Fourier y en los dos últimos números de la New Left Review Frederic Jameson y Perry Anderson ponen la utopÃa como el tema top.
Desde hace unos años, en la Argentina, sorprende que la palabra aparezca en boca de los militantes de izquierda, fundamentalmente de los que formaron parte de la lucha armada y que en la década del setenta despreciaban la pluralidad de elementos que esta palabra proponÃa. Se tituló a un film Cazadores de utopÃas, se esgrimió a la utopÃa como fundamento ante la teorÃa de los dos demonios, traduciéndola en sueños –que luego devinieron pesadillas– o ideales, palabra también maldita en sus tiempos en aras de una polÃtica efectiva que "contrautópicamente" querÃa tomar el poder.
Entre los grupos polÃticos revolucionarios, con matices, el modelo ascético y sacrificial precedÃa a las urgencias dictadas por la clandestinidad, la radicalización y la subordinación del proyecto polÃtico al militar y era heredero de la vertiente guevarista y/o cristiana. El placer, las relaciones entre los sexos, la vida cotidiana, se leÃan en la agenda burguesa, cambiarÃan por el mero peso de la victoria o bien pertenecÃan a la revolución de pasado mañana. Si el campo del deseo, de los vÃnculos interpersonales, del arte y el juego se dejaba a las puertas de la lucha revolucionaria, podrÃa llamarse a esa vuelta de la divisa "utopÃa" o retorno de lo reprimido. Sin embargo, los testimonios de los sobrevivientes dan cuenta de cómo en la clandestinidad, con identidades falsas y en convivencias prescriptas o forzadas, emergÃan los instantes utópicos, aquellos donde la urgencia ante la posible muerte y el duelo por los que faltaban desactivaba los imperativos de la causa y daba lugar a la invención tanto en las ficciones elaboradas en nombre de la seguridad como en la densidad afectiva de las palabras entre desconocidos, en los debatese insubordinaciones en torno de la regulación de los amores como en la escritura compulsiva que se desarrollaba aun en las paredes del secuestro, durante un tiempo donde se prohibÃa la literatura, pensada como cultivo burgués. Algunos sobreimprimieron a las ciudades del exilio, por sobre el malestar y la derrota, otra ciudad de deseo donde cabÃa experimentar con paraÃsos artificiales, modos de amor sin cartilla y aventuras de un cuerpo en desorden. Se trataba de una utopÃa diferida por deber, superpuesta a una lucha revolucionaria que adjuraba del término "utopÃa" o vivida por coacción en el exilio sin saber nombrarla. Entre esas filas deshechas de militantes por la igualdad como mÃnimo ideal móvil –aunque no faltaran quienes la enunciaran como "dictadura del proletariado"– muchos habÃan vivido, a cambio de la ciudad imaginaria de la felicidad del socialismo utópico, la real del horror y la muerte en vida bajo la forma del campo de concentración.
Las utopÃas sólo fundadas en textos magistrales como las de Charles Fourier, pero intentadas aquà y allá en América a través de falansterios y comunas que se entrelazaban al socialismo cientÃfico con las pancartas de la felicidad, hoy vuelven a insistir en las imaginaciones inderrotables hasta hacer sospechar, como sugiere el Dr. Abramson en su libro, que el fin de las utopÃas es una utopÃa. Una supervivencia que se convierte en maletÃn de primeros auxilios cuando Buenos Aires está comenzando a convertirse por ley en una ciudad sitiada por dentro.
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