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Viernes, 19 de marzo de 2004
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Dulce, entero, grasoso

Por S.V.

No estaba en el bar de siempre, y aquél debe haber sido mi error, porque en el bar de siempre esto no hubiera pasado. Ese bar al que voy siempre tendrá un café lavado –que sólo se deja tomar cortado con leche–, ubicaciones indeseables –al lado del loco que carga libros pesadísimos, se sienta con la astróloga, dice que es abogado y mira fijo a quien tenga la distracción de mirarlo un segundo– y peligros casi infranqueables –la gritona que se planta al lado de las mesas–, pero por lo menos nadie me había obligado a semejante herejía. Había cometido, decía, el inmenso error de ser infiel al lugar de siempre y la moza que me estaba trayendo un cortado dijo:
–¿Azúcar o sacarina?
–Azúcar.
Y tiró tres sobrecitos de edulcorante en polvo al lado del café, bastante más lejos de lo que había el platito con alfajores de maizena tamaño dedo meñique cortesía de la casa. Hubiera sido fácil subsanar su distracción si mi reflejo de vaciar el sobrecito de inmediato en la taza no funcionara tan aceitadamente. Digamos que me resigné. Para pasar el mal trago, pedí alguna revista. Me trajo una de las femeninas. “¿No tendrás otra?”, pregunté, pero ya estaba sola. La de noticias y actualidad se la estaba llevando –la misma chica– a un señor en la otra punta, que, además, venía atesorando los diarios. Hojeé: la dieta de la luna, la gym de la panza chata, las recetas de tragos light para disfrutar sin sentir culpa (¿?), la moda del otoño para que los chicos vayan al colegio re-cancheros, el horóscopo de la semana (con énfasis en lo que depara el amor), los sillones de moda y las cortinas ideales para una casa reciclada sobre el río. Nunca unos alfajorcitos de maizena fueron tan poco útiles para apagar tanto desconcierto, estaba por pensar cuando
miré el reloj: acababa de cerrar la panadería, y yo con esa necesidad imperiosa de calorías. (Vayan a encontrar algo grasoso en la dietética que cierra más tarde, o algo medianamente digno en un kiosco, después me cuentan.) Me pasa por innovar.Por S.V.

No estaba en el bar de siempre, y aquél debe haber sido mi error, porque en el bar de siempre esto no hubiera pasado. Ese bar al que voy siempre tendrá un café lavado –que sólo se deja tomar cortado con leche–, ubicaciones indeseables –al lado del loco que carga libros pesadísimos, se sienta con la astróloga, dice que es abogado y mira fijo a quien tenga la distracción de mirarlo un segundo– y peligros casi infranqueables –la gritona que se planta al lado de las mesas–, pero por lo menos nadie me había obligado a semejante herejía. Había cometido, decía, el inmenso error de ser infiel al lugar de siempre y la moza que me estaba trayendo un cortado dijo:
–¿Azúcar o sacarina?
–Azúcar.
Y tiró tres sobrecitos de edulcorante en polvo al lado del café, bastante más lejos de lo que había el platito con alfajores de maizena tamaño dedo meñique cortesía de la casa. Hubiera sido fácil subsanar su distracción si mi reflejo de vaciar el sobrecito de inmediato en la taza no funcionara tan aceitadamente. Digamos que me resigné. Para pasar el mal trago, pedí alguna revista. Me trajo una de las femeninas. “¿No tendrás otra?”, pregunté, pero ya estaba sola. La de noticias y actualidad se la estaba llevando –la misma chica– a un señor en la otra punta, que, además, venía atesorando los diarios. Hojeé: la dieta de la luna, la gym de la panza chata, las recetas de tragos light para disfrutar sin sentir culpa (¿?), la moda del otoño para que los chicos vayan al colegio re-cancheros, el horóscopo de la semana (con énfasis en lo que depara el amor), los sillones de moda y las cortinas ideales para una casa reciclada sobre el río. Nunca unos alfajorcitos de maizena fueron tan poco útiles para apagar tanto desconcierto, estaba por pensar cuando
miré el reloj: acababa de cerrar la panadería, y yo con esa necesidad imperiosa de calorías. (Vayan a encontrar algo grasoso en la dietética que cierra más tarde, o algo medianamente digno en un kiosco, después me cuentan.) Me pasa por innovar.

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