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Viernes, 6 de enero de 2006
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Travestismo trash

Línea 108

Por Naty Menstrual

Domingo, primer día del año. Me levanté esa tarde transpirando alcohol. En el bar de mi amiga la cubana, donde habíamos recibido el año y me había quedado a dormir vencida, estaba sola. Me daba igual. Para mí era un domingo más. El calor no me dejaba seguir acostada, eran nada más que las tres de la tarde. Un espanto. Me cambié, me pinté, destapé una cerveza para vencer la resaca, me la tomé. Agarré la cartera y salí a la calle. Un horrible sol acertó un disparo mortal en mis pupilas; sentí reflejos vampíricos, pero seguí. Me tenía que volver a la casa de mis viejos en Moreno, donde estoy viviendo.

Caminé por Humberto Primo hasta la 9 de Julio, esperé el 98 al rayo del sol. No había mucha gente en la calle y menos en el colectivo. Mi fobia lo agradeció. Cuando íbamos a doblar por Avenida de Mayo, vi el Obelisco que seguía en su lugar y me reconfortó: es un honor para mí ser hija de esa ciudad donde el símbolo mayor es un gran falo recto y blanco. No pensé ni miré nada más.

Llegamos a Once, me bajé, abrí la cartera y prendí un cigarrillo. Parada en el semáforo en rojo sobre la avenida Pueyrredón, enfrente de la plaza, vi un cartel:

Línea 108

Ninguna persona indigente en la ciudad.

Ningún chico condenado a la pobreza.

Me dio gracia. Pensé que era una nueva película de ciencia ficción que se estaba estrenando. Fui hasta el santuario de Cromañón a visitar una amiga que no está hace un año, Pato. Era la primera vez que iba. Antes me había resistido y ese día decidí que era el mejor momento. Cuando volvía a tomarme el tren, vi un chico que conocía de hace mucho tiempo y lo noté cadavéricamente flaco, me saludó con un tono amargado; al lado de él, otro chico más alto que también conocía de hacía años, aunque nunca habíamos hablado. Era de esos chicos hermosos que todas queríamos pasarnos. Estaba en iguales condiciones de delgadez, había sido hermoso; ahora era la sombra de aquel codiciado macho. Cuando me quise dar cuenta, llegó una prostituta brasileña negra: hablaba hasta por los codos con un tono mezcla de Tita Merello y Garota de Ipanema contando con lujos de detalles sus aventuras callejeras; estaba embarazada de siete meses. Y así escuché sus historias: el viejo epiléptico de la convulsión que temblaba y escupía baba, el que tuvo un paro porque se había pasado de viagra...

En lo mejor de sus relatos alguien saludó y canté bingo. Otra puta de edad indefinida (porque estaba arruinada) llegó con una minifalda de raso roja, una blusita de gasa negra y ningún diente colgando. La negra se reía de todo y la cargaba hablando babosamente de su hijo de 16 años. La de mini roja me terminó contando que su hijo era deficiente mental y que la negra, en una visita a su casa, lo había molestado haciéndole un streap tease: intentaba desvirgarlo. El chico nunca quiso saber nada y contaban que cada vez que la veía era como si viera al diablo. Las miré, miré a los chicos flacos con sus cuerpos al sol como si fueran galgos resignados, me miré a mí, a los gatos; me despedí, quedamos en volver a vernos en la plaza en algún momento para tomar algo. Salí caminando y me sentí menos rara de lo que habían querido hacerme creer tantos.

Volví a cruzarme con aquel cartel:

Línea 108

Ninguna persona indigente en la ciudad.

Ningún chico condenado a la pobreza.

Y esta vez pensé: cuánta gente que, por lo visto, no sabe leer y nunca pero nunca va a poder llamarlos. Entendí que había demasiados cromañones que mataban día a día pero de una forma más disimulada, y que quizá no los teníamos en cuenta porque el brillo del fuego no nos llamaba la atención para nada. Sí. Seguro que era así. En mi cabeza, le mandé un beso enorme a mi amiga Pato.

Fue un buen principio de año.

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