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Viernes, 30 de marzo de 2007
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Penélope y Paco

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Dejá el paco, volvé a tu casa, dice la campaña antidroga del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Dejá el paco, volvé al deporte, recomienda la publicidad. Dejá el paco, volvé a la escuela, sugiere otro afiche. Y Dejá el paco, volvé con tu novia, palmea la campaña contra esa droga que destruye. Pero que, para empezar, no destruye –aunque puedan ser mayoría los consumidores– sólo a los hombres. ¿Alguien les diría a las chicas que dejen la droga (el paco, la cocaína, ser mulas o pasarse de cerveza o pastillas) para volver con sus novios? No. En principio, porque no se espera que un varón espere a una mujer (por algo las cárceles masculinas tienen muchas más visitas que los penales de mujeres) y, además, porque tampoco se supone que un hombre redima a una mujer como presupone la publicidad oficial que una novia puede purificar a un ex novio pasado de paco.

En principio, que una campaña estatal esté dirigida sólo al universo masculino (podría estar segmentada por géneros y edades y eso sería una buena jugada táctica, pero, en cambio, sí es señalable que se ocupe exclusivamente de los jóvenes varones) ya habla de dejar afuera a las adolescentes mujeres. Y no es que ellas no estén afectadas. Sin ir más lejos, esta cronista hace diez días entrevistó a una docente de una escuela porteña de Ciudad Oculta que había ido a visitar a una alumna- madre encerrada en la cárcel de Ezeiza “por paco” –como dijo la docente, más allá de los prontuarios– con intenciones de seguir estudiando en el penal. ¿A dónde vuelve esa adolescente? ¿O a ella nadie la espera?

La campaña ya generó reacciones políticas. La diputada porteña Ana María Suppa acusó a la ministra de Derechos Humanos de la ciudad, Gabriela Cerruti, de ejercer discriminación sexual. “Produce vergüenza ajena dejar a las mujeres representadas por esa novia fuera del mundo, fuera del paco y, sobre todo, fuera del rescate social. Como si nuestras niñas y jóvenes no fueran tan víctimas como sus pares varones y, por lo tanto, no requirieran ser miradas, atendidas y cuidadas. La palabra del Gobierno de la Ciudad no se dirige aquí a ellas sino como vehículo de salvación para ellos”, cuestionó. Pero hay más debajo del supuesto ascetismo de las imágenes porteñas símil baño. A los chicos se les ofrece como alternativa a la droga la escuela, el deporte, la familia y la novia (en una mezcla de buenas costumbres con raigambre tanguera), como si las novias debieran ser chicas llenas de amor, empuje, contención, cariño y comprensión. Pero, por sobre todo, sigue tejiendo el estereotipo –que empezó con Penélope– que idolatra a la mujer que se inmola en la ausencia y tilda de perra a la que, si un hombre se va, no lo espera. Por otra parte, si la publicidad da por hecho que el muchacho hecho bosta por el paco tiene que volver es porque ya se ha ido de una relación que, se adivina, tormentosa. Y una cosa es que la escuela deba incluir a sus alumnos, que la familia tenga que contener a un hijo en problemas, que un pibe pueda volver a jugar a la pelota, y otra, muy distinta, que la novia sea una puerta abierta que gira el novio y de la cual ella no tiene la manija para decidir que sí o decir que no.

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