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Viernes, 20 de julio de 2007
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Vigilantes combinados

Por Luciana Peker
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El sillón es blanco y dan ganas de mullirse, la mesita es baja y dan ganas de apoyar un vaso de... –si digo coca despunto el vicio; agua o vino–, los floreros son redondos y anchos para que las flores naden –y dan ganas de oler jazmines–. La revista es de decoración y muestra piletas en las que nunca chapotearemos –mucho menos, como quien abre la heladera–, pero también despuntan jardines de cactus o ideas de veladores con los que pretendemos re-iluminar la mirada cotidiana. La foto es de un sillón blanco, la mesita es baja y los floreros son anchos y redondos. La foto es igual a tantas fotos de revistas de decoración. Pero la publicidad no es de una casa de sillones, mesitas, floreros, ni alfombras o tapizados. “¿Viste qué linda le queda la tranquilidad a tu casa?”, pregunta (¿o interroga?) –entre el sillón y la mesita– la gráfica de Prosegur, que vende alarmas como si fueran cortinados.

“Todas esas ideas que le ponés a tu casa cuidalas con Prosegur Activa. Somos la única empresa de seguridad que ante una señal de alarma despliega un operativo de respuesta inmediata y envía personal capacitado a tu hogar para cuidarlo y darles apoyo a las fuerzas de seguridad”, asegura la empresa de vigilancia privada que, en este caso, le sugiere a la chica del sillón un botón conectado al comando SWAT argentino (antecedentes, por favor).

“Conectate a Prosegur y disfrutá la tranquilidad de sentirte protegida”, promocionan como si los hombres de marrón fueran confort.

Pero la decoración y la defensa son cosas distintas. Si el tapizado de un sillón no es lavable o el chocolate apaga tu living, el recambio es posible; pero si el personal capacitado despliega un operativo represivo, no le pasás un trapito al enchastre del gatillo fácil SA. La decoración es un gusto. La inseguridad es un negocio. Y un negocio que nos venden a las mujeres para que ganen las empresas de los neo-Yabrán sin nombre ni rostro.

Sin embargo, en el 70 por ciento de los crímenes de mujeres ocurridos en la provincia de Buenos Aires –entre 1997 y 2003– no hubiera sonado la alarma de Prosegur porque los asesinos ya estaban adentro de la casa o la víctima los hizo pasar. De 1284 mujeres asesinadas en seis años (según datos de la Policía Bonaerense compilados en el libro Femicidios e impunidad), sólo 212 muertes se produjeron en ocasión de robo, por la llamada inseguridad. En cambio, más de mil muertes –femicidios para llamarlos exactamente– fueron puertas adentro, en la tranquilidad del hogar. El 70 por ciento de los asesinos era conocido: marido, novio, ex pareja, familiar o allegado de la mujer asesinada. ¿Muertes sin alarma?

Si la violencia de género se entendiera como la inseguridad doméstica que –en realidad– es, tal vez la violencia de género podría empezar a hacer ruido –a encender la alarma social– y a pensar en detenerse. Pero combatir la violencia puertas adentro no es negocio. Y la alarmante intranquilidad, sí. Un negocio bien mullido.

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