Viernes, 1 de agosto de 2003
La celulitis
Por Sandra Russo

–Me llegó la hora.
–De qué.
–De la celulitis.
–Qué, ¿todavÃa no tenÃas?
–No.
–¿TodavÃa no tenÃas celulitis?
–No. Pero ahora sÃ. Me fui a comprar un jean y me la vi en el probador.
–¿Estás segura? Mirá que los espejos de los probadores son truchos.
–Pero te hacen más flaca, no más gorda.
–Por ahà ése estaba fallado.
–No. Me volvà a mirar recién en casa. Tengo, nomás.
–Bueno, todas tenemos. Tenés que empezar la lucha. Yo la empecé hace cinco años.
–¿Con qué la combatÃs?
–Ah, mirá, usé de todo. Primero con cremas. Hay unas francesas que tienen granulitos. Te tenés que frotar veinte minutos dos veces por dÃa.
–¿Dan resultado?
–¡¡Noooooo!!
–¿Y qué más hiciste?
–Fui a un instituto de estética a que me hicieran masajes con aceites vegetales puros.
–¿Sirvió?
–¡¡Noooooo!!
–¿Y qué más?
–Fui a un acupunturista.
–¿Tampoco?
–¡Claro!
–¿Y qué otra cosa?
–Fui a otro instituto a hacer un tratamiento de rayos láser.
–Nada.
–Nada de nada.
–¿Y cómo lo resolviste?
–¿Y quién te dijo que lo resolv�
–¿Y entonces qué hago?
–Resignate. A la celulitis no hay con qué darle...
–Entonces qué me decÃs que hay que luchar, si vos ya tiraste la toalla.
–No, nena, ¿vos te creés que resignarse es fácil? La lucha es para resignarse.
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