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Viernes, 3 de septiembre de 2004
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Elogio de la edad

Por Moira Soto
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Las tres viejas craquelées que todavía cantan y hacen sus shows con instrumentos poco convencionales en el irresistible film de animación Las trillizas de Belleville en realidad no son trillizas sino hermanas (las triplettes del título aluden a un equipo de tres y también a los antiguos velocípedos triples, mientras que triplé sería un trío de gemelos/as). Tres señoras excéntricas que se alimentan exclusivamente de ranas –acarameladas, en ragout– que ellas mismas pescan con métodos heterodoxos, miran por la tele Día de fiesta de Jacques Tati y se acicalan con boas de pieles y floridos sombreros a la hora de hacer sus numeritos en algún local de la gran ciudad de Belleville, en los Estados Unidos.
Nada que ver, aparentemente, con la francesa Madame Souza –un poco más joven que ellas, todo hay que decirlo– abuela de Champion, el chico con cara de pájaro puro pico al que ha entrenado duro y parejo para competir –y ganar– en la tradicional Tour de France. Sin embargo, la modesta Madame Souza y las cantantes aún glamorosas unirán sus fuerzas para salir al rescate de Champion, barrido en plena carrera por un falso camión de limpieza, conducido por siniestros (y surrealistas) representantes de la “mafie francesa”. Pero incluso antes de la trepidante aventura, cuando Madame desembarca en la ciudad, sola con Bruno, su leal perro obeso, el trío le da hospedaje y por cierto la convida con puchero de ranitas recién atrapadas.
Además de su estética sorprendente, que reconoce y procesa influencias que van de la clásica caricatura francesa al cine de Tati y Buster Keaton, sin descuidar el diseño de cada objeto que aparece en pantalla, Las trillizas de Belleville llama la atención por la edad avanzada y la simpatía de sus cuatro protagonistas. Porque de animación o no, el cine no suele apreciar a la gente muy vieja en roles principales, aunque hay que reconocer que el francés es quizás el más tolerante, con películas como Un domingo de campo, con Louis Ducreux o la más reciente La flor del mal, film de Chabrol en el que descollaba Suzanne Flon.
Empero, cuatro viejas encabezando es mucho para esta sociedad en que el modelo es la juventud a toda costa y a cualquier costo. Por eso, son raras las actrices que no se dejan intimidar por la edad y proclaman, como Diane Keaton, “quiero mostrar mis años” (sin cirugías, claro). Tampoco se han achicado al exhibir las marcas del tiempo algunas inglesas, mayores que Keaton, como Judi Dench, Maggie Smith o Vanesa Redgrave. En 2002, por su lado, la fotógrafa Joyce Tenneson publicó el libro Wise Women (Mujeres sabias), anunciado como “una celebración de sus logros, coraje y belleza”, con imágenes, entre otras, de Jane Goodall (67), Coreta King (74), Ann Richard (68). Pero ninguna de ellas en condiciones de ostentar de frente march un rostro magníficamente cuarteado, fisurado por una vida muy vivida como el de la genial artista Louise Borgeois (90 y tanto, todavía esculpiendo y exponiendo) registrado hace poco por Annie Leibovitz.
Las tres hermanas de Belleville tampoco piensan en retirarse y siguen tocando y cantando, mientras que la abuela de Champion es lo suficientemente desprejuiciada como para incorporarse al trío con un tamborcito muy parecido a una caja de sombreros. Todas ellas, en realidad, les dan otro uso a los aparatos domésticos para hacer música: si las mayores usan heladeras y aspiradoras, la más joven le da masajes a su nieto con el batidor de rueditas. Y, como se dijo, cuando llega el momento de sacar las castañas del fuego, allí están ellas, como una sola mujer (de varios siglos).

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