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Viernes, 4 de noviembre de 2005
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La caída de un ídolo

Por Moira Soto
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Rebosante de frescura e inteligencia” (Gustavo Noriega), “El cine entendido como celebración y fiesta” (Diego Lerer), “Una película indispensable (!) Un milagro” (Marcelo Panozzo)... A la prensa escrita no le alcanzaron las hipérboles para glorificar la última película de Damián Szifrón, una buena comedia policial que se balancea eficazmente entre el humor y la violencia, con un reparto bien elegido y dirigido (admirable el rendimiento de Tony Lestingi, un actor habitualmente desaprovechado). Entre las virtudes de Tiempo de valientes –que tampoco es la mejor del año como dijeron por radio algunos opinators que quizá no vieron 2046–, figuran algunos diálogos sustanciosos, graciosos y conducentes (otros se pasan de explicativos con el único fin de tirar data) y el hecho de que se meta abiertamente con lacras de la policía, el Ejército, la SIDE.

Al parecer, ninguno de los comentaristas, entre los que se encuentra gente progre, democrática, tolerante y muy moderna, advirtió la manifiesta misoginia de este exitoso film de Szifrón, un director que mereció una entrevista de Las 12 por el tratamiento de ciertos temas –violencia contra la mujer, etcétera– en Los simuladores. En ese reportaje, este realizador declaraba, por ejemplo: “El desprecio a la mujer en algunos programas de TV es un desprecio a la humanidad”. Y también: “Un tipo que se priva de estimar las virtudes de su mujer, que no la ve en su totalidad, que no la admira por sus verdaderos valores, es un tipo que está recortado, por la mitad”.

Deplorablemente, se nos cayó otro ídolo pese al coro de ditirambos. Por alguna causa o sin ella, Szifrón se plegó al sistema cultural y social construido sobre la denigración de la mujer de la manera más perniciosa, en un espectáculo popular, con descalificaciones reiteradas, haciendo escarnio. Bah, mostrándola como la que mata la ilusión, traiciona, rompe las bolas, histeriquea. En dos palabras: es el bando enemigo.

Pero pasemos a la verificación de pruebas, ya que estamos en el género policial, respecto de este equivalente del racismo que es el sexismo. Para lo cual vale revisar la representación que se hace de la mujer, tanto a través del único personaje femenino que aparece en Tiempo... como de los que son mencionados porque tienen algún peso en la historia de los personajes masculinos. La primera mujer de la que se habla –pero nunca se ve– es la esposa infiel del oficial Díaz, uno de los dos protagonistas, al cual hace seis meses que lo engaña y lo ha dejado “estropeado” (según un compañero). La segunda es Diana, mujer de Silverstein –el psi que acompaña al estropeado–, un ser indiscutiblemente latoso, cargante, necio y también infiel. En los primeros tramos del relato, ella se encarga de neutralizar la invitación de la madre de él, que los invitó para celebrar Pesaj: “¿No querés que compre algo y comemos acá esta noche?”. El: “Dale”. Ella: “Si no querés, decime”. El insiste en que está de acuerdo y ella vuelve a la carga: “Sí, pero no te dan ganas”. Sin comentarios, salvo decir que D. es interpretada por Gabriela Izcovich, que entendió perfectamente de qué va su insufrible personaje, y quizás hasta se gane un premio de la Asociación de Cronistas.

La tercera mujer es la que fue atropellada por S., quien debe hacer una probation (“en realidad, se me tiró debajo del auto, y los hijos la convencieron de que me hiciera juicio”, aclara el psi). Cuarta mujer: la madre de Díaz que, según cuenta el policía, abandonó al marido cuando lo echaron injustamente del trabajo después de hacerle una cama (“Justo cuando vos empezás a convertirte en hombre tu viejo se derrumba”. Y todo ante la mirada descalificadora de ¿quién? De una mujer”, interpreta raudamente Silverstein). Quinta y última mujer, apenas un perfil fugaz: la empleada avinagrada que reta a D y S cuando van a buscar el informe del forense.

Diana, la irritante, lloriquea cuando confiesa su engaño a punta de pistola (de D), y más tarde, al regresar su marido, ella está gastando pañuelos de papel y lo interrumpe con preguntas boludas (“¿estuviste con otra?”, “¿no me querés más?”), en tanto que Silverstein trata de buscar información importante. Cuando al rato él consigue someter al esbirro del supervillano, ella empieza a chillar sin parar. Mientras Silverstein ata al tipo, ella gimotea y gimotea, moquea y ulula, y él es tan bueno que en vez de darle un buen bife, trata de calmarla pacientemente. Después, cuando S se va con el atado, ella le vocifera con la cara arruinada por el llanto: “¿Desde cuándo me engañás? ¿Por eso no me prestabas atención? ¿Naaada fue real?”.

¿Es de extrañar que al cierre, luego de ser salvados por sus compañeros leales de la sección, Silverstein y Díaz hagan planes juntos para el futuro, liberados de todo lastre femenino, mientras que arrojan piedritas al agua?

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