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Viernes, 5 de julio de 2002
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Profeta en su tierra

Por Moira Soto
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La pequeña pluma que el viento sostiene”, se llamaba a sí misma Hildegarde de Bingen, una genial mística benedictina que atravesó el siglo XII (1098-1179) llevando vida conventual desde los ocho, lo que le permitió no sólo tener acceso a los libros sagrados sino también cultivarse en distintas disciplinas. Situación que –sin descuidar sus obligaciones monacales– aprovechó a tope esta inquieta y talentosa mujer de familia perteneciente a la nobleza de Bermersheim, Alemania. Además de escribir dos tratados de medicina, de componer una serie de piezas musicales y de dar sermones en grandes catedrales, Hildegarde experimentó visiones desde la infancia y dejó constancia al respecto en manuscritos (Libro de los méritos de la vida, Scivias) algunas de cuyas ilustraciones (ver imagen superior) se anticipan cuatro siglos a Leonardo Da Vinci. Por otra parte, la originalidad y la riqueza de sus imágenes inspiraron a autores como Dante. Afortunadamente para ella, la abadesa vivió en un tiempo anterior a la clausura impuesta a las monjas por Bonifacio VIII en 1298, época en la que aún no se practicaba obsecuencia hacia el clero que se impuso en los siglos XVI y XVII. De modo que la sabia Hildegarde se pudo mover con gran libertad, y sus críticas a la codicia y tibieza de los representantes de la Iglesia Católica fueron aceptadas sin resentimiento.
Si bien se empezó a hablar de ella en los 80 del siglo pasado, gracias a la traducción de El libro de las obras divinas, es en los ‘90 que Hildegarde, más allá de la admiración que suscita, se convierte poco menos que en artículo de consumo: se graban sus poemas y melodías (en el disco Ecstasy) en Europa y los Estados Unidos, y sus recetas naturistas (con salvia, jengibre, hinojo, tomillo) son adoptadas por los nuevaeristas.
Hildegard (mujeres), una obra encargada por el Centro de Experimentación del Teatro Colón, con música de Marta Lambertini, libreto de Elena Vinelli, dirección musical de Marcelo Delgado, régie de Pina Benedetto y vestuario de Alejandro Mateo, toma como centro del relato escénico a Hildegarde de Bingen (Susanna Moncayo), flanqueada por Richardis (una monja a la que H quiso mucho y de la que fue separada) y Volmar (su confesor); a un costado, aparece un trío de mujeres de negro, Alma Mahler, Fanny Mendelssohn y Clara Schumann (Jacinta Lanusse, Ana María Moraitis y Cecilia Yakubowicz), y entre las columnas andan haciendo diabluras dos monjes (Carlos Sampedro y Juan Barrile), celosos de las visiones de la abadesa y tratando de vedarle el canto. Cerca del final, se dice que los frailes son parte de las visiones (que nunca fueron censuradas), lo que le daría a la abadesa un sesgo paranoico que no surge de sus escritos. En verdad, las realmente discriminadas entre el siglo XIX y el XX fueron Alma (a la que Gustav Mahler presionó para que no compusiera), Clara (que postergó sus creaciones para convertirse en madre de ocho hijos e interpretar al piano las obras de Robert) y Fanny (a quien su padre dictaminó: “La música podrá convertirse en la profesión de tu hermano Felix, para ti deberá ser sólo ornamento).
Hildegard (mujeres) se representa mañana 6 a las 20.30, y el domingo 7 a las 17, a $ 5 en la Sala del Centro de Experimentación del Teatro Colón.

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