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Viernes, 2 de agosto de 2002
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La buena lectora

Cualquiera sea el valor de la literatura”, dice C.S. Lewis, “éste sólo se verifica cuando hay buenos lectores que la leen. Los libros que están en el anaquel son apenas literatura potencial”. Así es que el escritor inglés (nacido en Irlanda), en La experiencia de leer, remarca la necesidad de encontrar un método que nos aparte de esa abstracción de la literatura “para situarnos en el centro mismo de su actualización”. Ni que el autor de Una pena observada hubiese estado pensando en alguien como Liliana Vitale cuando escribió ese ensayo: en su último CD, La vida en los pliegues, la cantante, intérprete, compositora, saca al poeta (también pintor) Henri Michaux del estante y lo lee, lo actúa, lo acompaña, lo entona, lo corea. A su manera, L.V. responde a esa especie de carta a lectores póstumos escrita en 1928, que cita Silvio Mattoni en la reciente edición –feliz coincidencia– de la Antología poética de Michaux (Adriana Hidago Editora): “No me den por muerto aunque los diarios hayan comunicado que ya lo estoy (?); cuento contigo lector, contigo que vas a leerme algún día, contigo, lectora. No me dejes solo con los muertos como un soldado en el frente que ya no recibe cartas. Elígeme entre aquellos por mi gran ansiedad y mi gran deseo. Háblame, entonces, te lo ruego, cuento con ello”.
En algún sitio, seguramente junto a su bienamada Lou, el elusivo Michaux (autor del Alfabeto, que ilustra esta columna) ha de estar complacido con esta buenísima lectora que lo eligió, o se dejó elegir por él, que puso su libro sobre el piano hace ya unos cuantos años, se identificó con ciertos textos a los que le fueron germinando músicas que ahora –escuchando el precioso CD– parecen pertenecerles desde siempre. Se diría que Vitale presintió que Michaux hablaba por ella y le resultó ineludible, indispensable cantar por él, con él. Acaso porque Liliana Vitale es una artista ecléctica, inclasificable, de una confiable integridad, se entendió tan bien con ese explorador de paisajes interiores, irreductible a modas o a los halagos de la celebridad. Hasta se da la paradoja de que, en realidad, su nuevo disco tiene doce años: La vida fue creado, ensayado y grabado en 1990 –con la meritoria participación de Bam Bam Miranda en percusión, Juan Belvis (hijo de L.V., canta “Sobre un techo”), Lito Vitale en teclados, piano, etc.–, pero problemas con los derechos postergaron la edición hasta julio de este año.
La única pena, entonces, en medio de la celebración, es no haber podido deleitarse antes, durante más tiempo, con este CD exquisito, cuyos textos fueron inspiradamente traducidos por Víctor Goldstein. Con aquella voz que pedía que entraran por la ventana los siete mares, con ese cantar irresistible que se confunde con los instrumentos (y es a la vez el mejor de ellos), Liliana Vitale asume musicalmente, emocionalmente a Michaux a través de “El pájaro que se eclipsa”, “En los limbos luminosos”, “Oh, ella no juega para reír”, “El castillo ya no está” y otros textos de provocadora, misteriosa belleza. A la hora de hacer “Cerca del cementerio”, L.V. opta por un tonito arengador para describir ese cuadro surreal de la casa de las mujeres de la vida rodeada de camillas con heridos y sus correspondientes enfermeros. Se oye como un eco de Evita, quizás imitada por Isabelita: uno de los tantos hallazgos de un disco a la altura de su numen.

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