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Viernes, 17 de agosto de 2007
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El genio esta suelto y enamorado

Por Moira Soto
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En la mitad de la entrevista con un James Lipton más flemático que nunca, Robert Downey Jr. baja del escenario a la platea donde se ubican habitualmente los estudiantes de actuación y va derechito hacia una chica castaña no especialmente linda, para nada glamorosa, que se pone de pie. El le dice comiéndosela con esos ojazos: “Hola, amor”, la abraza tiernamente y la besa, no sin antes hacerle un guiño a ese público tan específico: “Tómense cinco minutos”. Permanece unos segundos haciéndole mimitos a la chica, su chica, y regresa junto a Lipton quien un minuto antes le había preguntado qué fue lo mejor que le pasó durante el rodaje de Gothika (2003, un film indigno del talento inconmensurable de RD Jr.) y el actor había respondido: “Empezar un romance con la productora, Susan Levine”.

Después de la escenita romántica donde se notó que el protagonista de Retrato de una pasión (Fur, 2006) está muerto por su mujer, ella –preguntada por el pomposo– cuenta que cuando conoció a Robert pensó que “era una persona rara, pero sabía que era un actor increíble y me emocionaba mucho la idea de trabajar con él”. Para esas fechas, Downey, consumidor de drogas diversas desde niño, varias veces detenido por conducir alcoholizado y por posesión ilegal de armas y habiéndose pasado más de un año en la cárcel –entre 1999 y 2000– para volver a ser detenido poco después por tenencia de cocaína y luego –2001– ser echado de la serie Ally McBeal por vagar muy pero muy borracho por LA, ya estaba en franco tren de recuperación. Tanto es así que cuando el equipo de Gothika se reunía para comer y casi todos pedían sushi, él sacaba sus verduritas y sus galletas de avena de la mochila y antes de engullirlas hacía unos pases de yoga. “¿Cuándo dejaste de pensar que era raro?”, quiere saber el inquisidor. “Lo sigo pensando”, contesta Susan. Y por primera vez en el transcurrir del programa, RD suelta una risa abierta, feliz, divertida.

Porque la verdad es que hasta ese momento había estado sobreactuando de Robert Downey Jr., haciendo muequitas y miraditas acaso reveladoras de que le estaba costando bastante hablar de su padre (el director independiente Robert Downey Jr.) y de su madre (la actriz y cantante Elsie Ford), de su infancia dentro de un círculo donde la permisividad y las drogas estaban al alcance de la mano. Así fue que a los 8, 9 años, hamacándose en un sillón, estiró la mano hacia un tipo que estaba fumando marihuana y que lo convidó: “Fue lo máximo”, dice con picardía el actor frente a un James Lipton que pone su peor cara de cartón piedra. Si bien se sobreentiende que ambos se han puesto algunos límites previamente al encuentro público, lo real es que ésta resultó una de las ediciones más zarpadas de Desde el Actor’s Studio, tanto por el lenguaje más que coloquial que usó el entrevistado como por la franqueza con que se refirió a algunos tramos de su pasado, sin pedir perdón, sin cargarle la responsabilidad a nadie, sin bajar línea moralizante.

Actor infantil en films de su padre –de quien, según las fotos, es una especie de clon mejorado–, sumamente dotado para la música y el baile (en otro momento, sin hacerse rogar, zapateó un numerito de Oklahoma, musical donde actuó siendo adolescente), no terminó la secundaria porque no quería pasarse el verano haciendo un recuperatorio y su padre, llamado por teléfono por una consejera para que lo pusiera en vereda, ni se mosqueó (“¿cuántas veces se tiene la oportunidad de decirle a una consejera que te bese el culo, y que tu papá te respalde?”, bromeó, y Lipton cambió de tema). Aunque más tiempo endrogado y alcoholizado que sobrio, Robert empezó una carrera donde desde los veintipocos y más allá del nivel artístico de las películas, su excepcional calidad de intérprete, un intenso pathos que se imponía con su sola presencia y esa intuición absoluta, nunca pasó inadvertida. Aunque en ningún momento se hizo el mártir, dejó traslucir lo mucho que batalló y sufrió (“¿sabés lo fácil que es trabajar cuando estás bien? Cuando veo a gente que se queja por cualquier pequeñez, le digo: ¿de verdad? Pues intenta hacer con déficit tus primeras 50 películas”, también retrucó a una huevada de Lipton: “La adicción es tan poderosa que vence el sentido común. Si lo piensas desde lo racional, que se pudra lo racional. Una forma de ser rigurosamente, totalmente honesto es dejar de apalearte a vos mismo”).

A través del programa que puede verse mañana por Film & Arts, Robert Downey hizo un repaso incompleto de su filmografía, siguiendo el cuestionario del conductor y formulando comentarios inteligentes, punzantes, humorísticos, a menudo dedicándoles generosamente conceptos elogiosos a sus compañeros/as de trabajo. Obviamente, habló de su trabajo en Chaplin (1992) por el que tuvo una candidatura al Oscar; de One Night Stand (1997), de Mike Figgis, “alguien de cabeza abierta que tenía en cuenta que yo estaba luchando contra algo en ese momento”, que le dio el papel de un coreógrafo enfermo de sida que se está muriendo y quiere tragarse la vida a toda velocidad; de Feriados en familia, “allí hice al gay, el personaje más sano de la familia y adoré a la directora Jodie Foster, que entendió todo de mí”; de Scanner Darkly, de Zodíaco, de Fur (“Nicole Kidman es maravillosa, había momentos en que pensaba que estaba frente a la propia Diane Arbus”). También se refirió a su exitoso disco de hace dos años, The Futurist, donde –¿hace falta decirlo?– le dedica temas a Susan y a su hijo Indio (en la foto, de un anterior matrimonio), “mi joven maestro”. Y desde luego, habló sobre la actuación, ese arte que él domina con tanta inventiva poniendo en juego tan profundas y complejas emociones: “La humildad no implica que tengas que renunciar a tu enfoque, a tu voz interior. Odio las motivaciones del personaje, basta de basura, ¡acción!”.

Robert Downey en Desde el Actor’s Studio, mañana sábado a las 13, 17 y 0.30 por Film & Arts.

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