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Viernes, 19 de octubre de 2007
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El eclipse de Dolly Guzmán no ha muerto

Por Moira Soto
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Unipersonal la nueva obra de Mónica Cabrera? Entonces, ¿cómo se llaman las piezas de cuatro personajes, como es el caso de ¡Dolly Guzmán no está muerta!? Cuatro roles que aparecen alternadamente, es verdad, y otros más cuyas voces se escuchan en off, poniendo en duda esa denominación que, como dice la propia Cabrera, alude a un formato considerado menor. Pariente pobre de las obras con más de un/a intérprete, que ésas sí serían teatro de verdad.

En ¡Dolly Guzmán..., además de la diva de ese nombre eclipsada misteriosamente, están la dulce monja celeste y blanca, la sospechosa mucama paraguaya, la portera o encargada que todo lo ve y todo lo sabe, y hasta la mismísima finada madre de Dolly —que vuelve “en una interrupción del continuum espacio tiempo”, según aclara—, quienes irrumpen con muy distintos trajes y tocados. Como cada uno de estos roles tiene varias entradas, la actriz realiza la proeza de más de veinte cambios (con una ayudita del amigo velcro, claro) de vestuario, y en consecuencia de interpretación. Responsable del texto y de la puesta en escena, el despliegue de creatividad de Cabrera, quien asimismo canta diversos géneros, se extiende al diseño de escenografía, vestuario e iluminación (en este caso, con Ana Bonet). La dirección musical, composición y arreglos son de Claudio Martini, y las voces en off de Marina Bellati, Claudio Martín, Pablo Palavecino... y Mónica Cabrera.

Dice la actriz, dramaturga, etcétera, que en realidad su sueño dorado es escribir novelas policiales como otro oficio, en su casa, que la editorial le pague un adelanto y le ponga un plazo... “Me inspiraría en gente que me gusta: Agatha Christie, Dashiell Hammett, Patricia Highsmith.” Mientras tanto, para despuntar el vicio, creó esta obra de ribetes policiales donde a Dolly, una estrella del show nocturno, “le pasa eso que suele ser propio de los actores; una muerte civil, desaparecer de los lugares donde solían actuar y después Tinelli te rescata y aparecés cantando o patinando o bailando... Esto sucede particularmente a las mujeres del espectáculo, que de pronto reaparecen y resulta que están perfectas, se da una cosa de renacimiento. Partí de esta idea, y cuando hago que desaparezca Dolly, ocurre que se me vienen encima reacciones en cadena: qué harían los vecinos, la policía, los familiares. Ahí surge el tema de los desaparecidos, de los cadáveres que se evaporan. No tuve problema en aludir a esta situación con humor porque tengo clara cuál es mi postura. Y en la creación es muy difícil ocultar quién sos. También tiene que ver con esta obra mi admiración por Rosaura a las diez, de Marco Denevi, una obra maestra: los demás dando su versión de alguien que no está”.

¡Dolly Guzmán... arranca con las voces estereotipadas típicas de locutores/as de noticieros de TV, dando distintas informaciones sobre la desaparición de la diva; muerta a balazos en Palermo Bronx al resistir un asalto, suicidada, secuestrada... Mezcla exacerbada de Lola Flores, Sara Montiel y Rocío Jurado, Dolly ha hecho carrera en night clubs (pirigundines, según la madre, cuyos consejos no siguió), sin llegar nunca a ser una Nélida Lobato (como soñaba la monja cariñosa del colegio). Quizás el alcohol y las drogas se interpusieron en su camino al estrellato, siempre colocada (según la portera). “Masoquista, feminista,/ por la noche anarquista/ y al despertar peronista”, entona con acentos flamencos Dolly, “haciéndose la andaluza, la Conchita Piquer” (se queja la madre muerta).

Para Cabrera, el humor es casi como un excipiente, “eso que le da un gustito rico al jarabe de los niños, para que se lo traguen, pero detrás del cual siempre hay un resabio amargo. Creo que el humor lo ejercemos porque son insoportables la muerte, el asesinato, el abuso, la injusticia, la marginación. O hacemos humor con eso o nos volvemos unos resentidos tremendos. No siempre el público está dispuesto de entrada a recibir ciertos chistes, porque se supone que no se puede hacerlos con Auschwitz, los judíos, los desaparecidos, pero después de que pasa ese momento un poco abismal, se afloja y se ríe. En ¡Dolly también me permito hacer humor al borde con el peronismo, en un momento en que pareciera que todos somos peronistas porque están en todos los partidos, o sea que si te reís corrés el riesgo de ir en contra de la argentinidad. Creo que finalmente me aceptan este tipo de chistes porque no soy petardista ni busco escandalizar a toda costa. Yo también tengo una portera adentro, como todo el mundo, la cuestión es mantenerla bajo control...”

La actriz que se multiplica y transforma en todos los espacios posibles de la sala viene de años de estudiar, dictar seminarios, interpretar y dirigir textos propios y ajenos y de haber presentado este año en Recoleta el elogiado espectáculo El sistema de la víctima. También ha recorrido en años recientes el interior con sus obras (“cosa que amplió el horizonte, me hizo comprender que el mundo es más grande y sorprendente que mi piletón, yo era un pescadito de estanque”). Pero en esta temporada, Mónica Cabrera se queda en Buenos Aires destilando su comicidad a través de Dolly y sus hermanas, poniendo en evidencia el fascismo cotidiano y recordando en medio del jolgorio, a través de palabras puestas en boca de la portera (que no es justamente una contestataria), que los militares secuestraron, robaron bienes y niños, que saben mucho sobre hacer desaparecer personas, que pueden estar agazapados.

¡Dolly Guzmán no ha muerto!, viernes y sábados a las 21 a $ 15 en Centro Cultural Caras y Caretas, Venezuela 370, 5354-6618.

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