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Viernes, 18 de enero de 2008
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El closet es para las pilchas

Por Moira Soto

Pasaron 18 meses desde que subí a un auto, le robé la tarjeta de crédito a mi mamá y tuve sexo lesbiano desenfrenado con mi mejor amiga”: así condensa Kim, la adolescente protagonista de la serie inglesa Sugar Rush, la primera temporada vista el año pasado por I-Sat. Lo hace en el primer capítulo de la segunda parte, que empezó a proyectarse hace cuatro semanas por la misma señal. Acto seguido, luego de los títulos que juegan con el collage y la sobreimpresión de imágenes de Brighton y de los principales personajes, se oye de nuevo la voz en off de Kim: “Y las cosas van bien, muy bien”, mientras que la pelirroja aparece sonriente en pantalla en la montaña rusa, entre dos chicas, besa a una, besa a la otra. “La vida volvió a la normalidad”, dice Kim, los ojos cerrados, la expresión beatífica, la cabeza sobre la almohada, despertando de un ensueño. “Bueno, a mi cepillo de dientes le han pasado cosas mejores”, bromea. Cepillo a pilas, claro, que mete debajo de las sábanas justo cuando entra sin llamar Stella, la madre despistada, y le pregunta si tiene baterías... “Que no estés usando”, añade pícara al advertir la situación. Y le ofrece traerle algo del centro: “¿Una revista, tal vez?”.

Así, desde la primera escena se entra de lleno en el registro directo, desenfadado, incisivo, conciso, jocoso, pero con trasfondo de esta segunda temporada de la exitosa y –en Gran Bretaña– polémica serie basada en la novela de la periodista y escritora Julie Burchill (editada en español por Anagrama en 2004) sobre el despertar sexual de una adolescente de 15 que pierde la virginidad con su mejor amiga (Sugar), compañera de colegio díscola y promiscua. Kim descubre el mundo lesbiano de Brighton, antiguo balneario sureño, y tiene otras historias de sexo y de amor mientras sigue viviendo con su familia (padre con más vocación de ama de casa que la coqueta e insatisfecha madre, hermano menor que pasa por diversas etapas: ET, gótico, transformista...) y cursa el college para ingresar a Letras en la universidad.

El equipo de producción (Johnny Capps, Julian Murphy) es el mismo de la serie As If –centrada en un grupito de chicos y chicas de 18, en Londres– y se nota, aun reconociendo diversidades entre una producción y otra, en la estética abigarrada y clipera, la cámara vertiginosa, los primerísimos planos que dejan fuera de foco el resto de la escena, la forma de definir al instante a los personajes por su ropa, su pelo, sus sábanas, su hábitat. Toda una iconografía juvenil a la que en Rush se integran desde la banda sonora Kylie Minogue, Razorlight, Beth Orton, Nouvelle Vague, N.E.R.D., Gorillaz, Rachel Stevens...

Nada más alejado, afortunadamente, del lesbian chic un tanto estereotipado de The L Word (la serie norteamericana sobre lesbianas treintañeras, exitosas y glamorosas, elegantes y profesionales, donde apenas la donjuanesca Shane rompe el molde) que Sugar Rush. Y no sólo porque describe un universo adolescente con otra problemática, donde los adultos pueden volverse ridículamente patéticos, y porque además se mueve –aceleradamente, según indica el título– en un registro que salta de la comedia de situación al drama desconsolado con la mayor naturalidad. Lo que sucede con Rush es que transmite una sinceridad y un desparpajo arrolladores, un espíritu crítico sin concesiones y sin idealizaciones, dejando afuera todo lo que huela a bajada de línea, justificación, solemnidad.

En la temporada 2, los dados están echados: Kim, asumidísima como lesbiana y contenta de serlo, terminó su historia con la incorregible Sugar (a quien visita en un correccional), se pone un poco misógina al analizar en clase un libro de Thomas Hardy (es que tuvo un affaire con una mujer de 40 que la dejó caer sin más), se enamora de una atractiva chica que atiende un sex shop para mujeres y debe bancarse a sus propios progenitores que están tratando de mejorar sus relaciones en terapia. Papá Nathan (insuperable Richard Lumsden) se pasa de comprensivo, tanto que le compra una cama doble a Kim para que comparta con Sugar, sin darse cuenta de que su hija ya está en otra.

Dentro de su precipitación y su síntesis, de sus extremos de comicidad y llanto, de su divertido atrevimiento, Rush se aproxima con filos de bisturí a la etapa adolescente, sus inseguridades y ciclotimias, su búsqueda de identidad y de grupo de pertenencia. Asimismo, con tono ácido y más bien despiadado, se burla de los adultos/as que quieren demostrar a toda costa complicidad con sus hijos/as.

Al igual que en Descubriendo el amor (1998), el film sueco de Lukas Moodysoon que cada tanto se pasa por el cable, pero 10 años después y en otra latitud, Sugar Rush no plantea –en el caso de Kim– el descubrimiento y la realización de relaciones amorosas entre mujeres muy jóvenes, como un estadio pasajero hacia la heterosexualidad. Aunque nunca se sabe lo que puede pasar en esta serie donde reaparece un antiguo novio de la enigmática Saint –el nuevo amor de Kim– que encima sabe hacer arreglos de plomería... Y donde Stella, después de fracasar en un nuevo intento de tener sexo con Nathan, le lanza a su hija: “¡Qué suerte tenés vos de ser lesbiana!”.

Sugar Rush, los viernes de enero y febrero a las 22 por I-Sat. Hoy el capítulo 5. Repeticiones cap. 5: 21/1 a la 1.25; cap. 6 el 28/1 a la 0.45; cap. 7, el 4/2 a la 0.35; cap. 8, el 10/2 a las 23.50; cap. 9 el 18/2 a la 0.30; cap. 10, el 25/2 a la 0.25.

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