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Viernes, 28 de marzo de 2003
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El padre no nace, se hace

Por Moira Soto
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Qué fue de los tres chicos de Nora, la de Casa de muñecas (1879), al quedar en manos de Helmer, ese mezquino que no supo valorar el calvario que para curarlo pasó su mujer? Una posible respuesta aggiornada llegó exactamente 100 años después, con el film Kramer vs. Kramer y Dustin Hoffman intentando torpemente cocinarle a su hijito después de la partida de Meryl Streep en busca de ella misma. Desde luego, los hijos de Nora deben haber ido a parar a las manos de alguna niñera supervisada a la distancia por Helmer, un burgués muy estructurado que jamás comprenderá las razones por las que su esposa abandonó esa “casa de muñecas”.
En la TV local, para que un padre de la ficción se haga cargo de sus vástagas/os, lo ideal suele ser que la madre haya partido al otro barrio, situación que abre las compuertas al melodramita sensiblero con niñita fantasiosa (“Papá Corazón”, allá por los ‘70) o a la telecomedia de chancletas en la que, aunque el padre se haga cargo, puede jugar el rol de mami sustituta una empleada doméstica provinciana y cariñosa (“Grande, Pa”). Pero si de ejercer la paternidad hablamos, justo es destacar de la cartelera cinematográfica actual la provocadora realización de Anne Fontaine Cómo maté a mi padre, historia de un hombre que abandonó a su familia cuando sus hijos eran muy chicos. Un día cualquiera se hartó y se fue lejos, sin la menor culpa. La directora y guionista pensó de movida en un personaje con descendencia pero “sin sentimiento de paternidad, porque socialmente se acepta que un hijo no quiera a su padre, pero al revés es un tabú”. Y en su film, el padre (grandioso Michel Bouquet) le dice al hijo: “No estoy obligado a quererte”. Un impacto tan osado como liberador de Fontaine, que en algún lugar converge con la Elizabeth Badinter que al año siguiente de Kramer... armó gran tole tole con el ensayo L’amour en plus (aquí retitulado “¿Existe el amor maternal?”), donde, muy documentada, demostraba que el amor maternal no está inscripto profundamente en el corazón de las mujeres. ¿Amor de madre, abismo sin medida? Para nada, respondía Badinter pulverizando la idealización que se consolidó en Occidente a mediados del siglo XIX.
Ahora mismo tenemos en la tele (los jueves a las 23, por Telefé) a algunos hombres en plan de ejercer con buena voluntad y distintos estilos, la paternidad. El unitario se llama “Tres padres solteros”, cuando en verdad se trata de tipos divorciados, que cumplen esa función en tiempo parcial o completo. En realidad, son single-fathers, progenitores que no están (todavía) en pareja y así hacen frente a sus deberes. Nada que ver con la francesa “Tres hombres y un biberón” (ni con su replicante norteamericana, ni con su secuela), esta serie propone a tres personajes masculinos muy distintos que –misteriosamente– son amigos entre sí y comparten los avatares de su condición de padres y ex maridos (bastante sisebutas y arbitrarias las ex mujeres). Guille (Gastón Pauls) se deja matonear por Clara, al parecer sin conocer sus derechos; Miguel (Juan Leyrado), cuyo hijo mayor acaba de volver del exterior, acepta que sus dos hijas adolescentes se vengan a vivir con él, sin que medie un proceso de intercambio de ideas, o se conozca la opinión materna; Marcelo (Gustavo Garzón), un baboso proclive a amoríos portátiles, yuppie de pacotilla, resulta el personaje mejor diseñado en relación con su paternidad (no elmejor padre), con esa manera de sobreactuar el afecto, de vender hacia fuera una imagen idílica, de hacerse el amiguete de su hijo mayor...
Se dice que, en parte, el divorcio ha incentivado el ejercicio de una nueva paternidad, a cargo de amos de casa que piden tenencia compartida y adoptan conductas y valores tradicionalmente tenidos por femeninos. Hasta el jueves de la semana pasada, “Tres padres solteros” –aunque con pulido tratamiento de imágenes y algunos aciertos parciales de guión– no había logrado remontar cierta tendencia a episodios previsibles, casi anunciados (está cantado qué va a suceder con la llave que Marcelo entrega a su hijo, por ejemplo) y a la superficialidad en el trazo de personajes y desarrollo de situaciones. Pero la idea original, que sigue teniendo un gran potencial, todavía estamos a tiempo de que sea mejor aprovechada.

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