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Viernes, 27 de mayo de 2005
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MARA Y VANINA KOSTEKI: Las cosas que me suceden no son casualidades

Por Roxana Sanda

Mara no lo recuerda, pero un día antes de morir, su hermano, Maximiliano Kosteki, dijo lo que anhelaba y que alguna vez trazó en uno de sus dibujos. “Miro mucho más allá de lo visible” escribió el hijo de Mabel Ruiz sobre uno de “esos 233 nietos, sus pinturas”, que ella solía desparramar con orgullo sobre la mesa del comedor. Porque esos rojos, verdes y negros a los que León Ferrari definió como “las búsquedas de un artista verdadero” siguen trepando banderas de nuevas marchas y aún tiñen las manos de los pequeños que meriendan en el comedor del MTD de Guernica, donde Maxi había decidido izar proyectos más allá de lo visible.

“Las balas que el 26 de junio de 2002 le perforaron el pecho y las piernas a mi hermano no sólo son el símbolo de la política mafiosa y los policías asesinos: en esas perdigonadas se encierran el hambre, la droga que mata a los pibes y la impunidad del poder, a esta altura de cualquier clase de poder”, sostiene Mara, la menor de los cinco hermanos Kosteki, la más cercana al afecto de ese chico de 27 años que aquella mañana encabezaba uno de los primeros cortes al Puente Pueyrredón, y que de todos los escenarios posibles apenas suponía “gases y palazos”, nunca la decisión de matar, montada sobre posibles directivas oficiales de reprimir.

“Ese día había ido a hacer compras a Lomas de Zamora y a la tarde, cuando volví en el tren, me puse a pispearle el diario al pasajero que tenía al lado –recuerda Mara–. Cuando lo cerró vi que la tapa mostraba a un chico tirado en el piso en el medio de un charco de sangre y con las piernas levantadas. Pensé qué bueno que ése no es mi hermano, pero la angustia me empezó a ganar.”

A Vanina, esa muerte le mordió las tripas con tanta fuerza que decidió meter pelea desde su participación en el Polo Obrero, en las marchas que se realizan cada 26 de junio, en la reconstrucción de su casa tras un incendio provocado y en las denuncias por amenazas que no le dan tregua y se siguen reproduciendo en estos días, no obstante el juicio. “Al día siguiente de la primera audiencia (miércoles) se me acercaron unos tipos en la calle diciéndome que me quedara callada, que no hiciera quilombo porque me iban a cagar a tiros. Esos infelices ignoran que voy a seguir denunciando públicamente porque tengo cuatro hijos pequeños y por sobre todas las cosas trato de proteger a mi familia.”

Por estos días le presta especial atención a la “bandita de policías comandada por la comisaría de la zona” donde vive, y que suele apostarse precisamente en la puerta de su casa. “El día que mataron a mi hermano hubo heridos de bala en la avenida Mitre, en la plaza Alsina y en Pavón, y la muerte de Darío Santillán en la estación Avellaneda. Tiraron Alfredo Fanchiotti, los policías de uniforme y los de civil. Aquí no se trató de un loco sacado que entró a disparar ni cosa por el estilo, esto estuvo claramente organizado, con lo cual sería muy estúpido de mi parte imaginar que las cosas que me suceden son casualidades.”

Por lo pronto, su estrategia no es contenerse en el discurso, como en enero de 2004, cuando se le plantó al gobernador Felipe Solá “porque él tiene la obligación de conocer a la policía que se mueve en su territorio, porque no puede mirar hacia un costado”, a propósito del ex policía Francisco Celestino Robledo, que participó de la masacre, que siguió trabajando como vigilancia privada en un locutorio de Avellaneda, que está fuera de servicio desde 1996 y carga denuncias por extorsión y apremios ilegales.

A propósito de Fanchiotti –Francho, como se lo conoce dentro de la fuerza–, el hombre que nunca dejó de sonreírle a su abogado durante las dos primeras audiencias del juicio y siempre evitó mirar a las Kosteki a los ojos, que pasó por las brigadas de Quilmes y Lanús de la mano del ex comisario Juan José Ribelli, detenido y liberado por la causa AMIA; que combatió en La Tablada contra el MTP de Gorriarán Merlo, que llegó a estar en el Centro de Operaciones Policiales y terminó en el Comando de Patrullas, en Avellaneda, a propósito de él y su traje impecable Mara siente las revisaciones a que la someten como una afrenta.

“Para acceder a la sala del tribunal nos revisaron dos veces nuestras prendas, las carteras, los bolsos de mis hermanas Vanina y Julieta, que estaban con sus bebés en brazos. Revisaron los pañales, tocaron mis monedas, mis toallas higiénicas y cada vez me sentí más ultrajada. Pensaba cómo habíamos llegado a esto, a ser los sobrevivientes de una tragedia, a ser las víctimas de la muerte nefasta de nuestro hermano y a volver a ser víctimas de este manoseo denigrante. Y frente a nosotras los victimarios como Fanchiotti y su chofer Alejandro Acosta, ingresando a la sala con todas las consideraciones.”

Como tantos argentinos en estas últimas semanas, Mara pronuncia lo obvio: impunidad. La asustan otras libertades transmitidas por televisión, las maríajulias y los chabanes, y las muertes que sobrevinieron a esas libertades, como la de Mariana Márquez, la madre de una adolescente que murió en Cromañón con los pulmones calcinados por el humo. “Mi madre falleció al año siguiente que Maximiliano; son imágenes muy fuertes. Entonces ves lo que pasa con las cárceles de Menem, de la Alsogaray, ¿y sabés qué?, concluís que la política es mafia y a los políticos nunca se los toca. Ellos manejan la represión, las masacres, la droga y la impunidad, y por más que citen a declarar a Duhalde, Atanasof, Alvarez, Soria, Kirchner o quien sea no va a haber justicia hacia arriba, porque la misma Justicia tiene miedo. Es como un cáncer, y este cáncer está muy avanzado.”

Hasta que Mabel Ruiz murió, en 2003, la impotencia y el dolor la empujó a reunirse con otras madres atrapadas por los crímenes impunes de sus hijos. Mabel conoció a las de la masacre de Floresta, al grupo Avise, a las hermanas de las víctimas del gatillo fácil y decidió que era “buena cosa eso de ayudar a otros en la búsqueda de justicia”, dice Vanina, que ahora intenta remontar el mismo afán.

Las Kosteki aseguran que por las noches duermen tranquilas, que ya no las agita la presencia no tan fantasmal de los servicios ni de infiltrados de toda laya. “Lo único que nos desespera es que en este juicio no se llegue a develar la verdadera cadena de responsabilidades. ¿Nos quieren hacer creer que la maldita policía sigue manejando la provincia de Buenos Aires y los políticos están a su merced? Esperamos que eso no suceda y que la masacre del Puente no se convierta en otro 20 de diciembre impune.”

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