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Viernes, 23 de septiembre de 2005
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Escrito por Corín

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Mi mamá leyó las más rosas, así que cuando vino a ver la obra creyó que nosotras la habíamos inventado. (Carla Vidal, actriz de Esta vez no voy, junto a Claudia MacAuliffe, Maru Sussini y Bárbara Francisco)

Todos los finales el final

Cualquiera que haya leído dos novelitas de Corín Tellado, de cualquier época, sabe que sus finales son siempre previsiblemente, empalagosamente felices. Después de algunas vicisitudes y dudas, la pareja central se reúne para siempre, entre ardientes arrumacos, declaraciones de amor fogosas y una entrega mutua total y absoluta. Para muestra, a continuación el cierre de seis de sus libros elegidos al azar.

El destino te esperaba

–Nat, tal vez hice mal. Pero no podía más. Era como una necesidad perentoria.

–Calla –susurró ella–. Calla, Sam. Si no lo hicieras así, terminaría volviéndome loca.

–Me amas así –dijo él, arrobado.

–No creo que se pueda amar en la vida más de lo que yo te amo.

La estrechó contra sí. Los besos de Sam. Aquellos benditos besos que sabían a hombre, a pasión, a ternura, tal vez. Aquellos besos...

Confusa turbación

Luis decía sofocado.

–Es que te adoro. Perdóname pero es que te adoro.

–Siempre serás un materialista. Un... un...

–A ti te gusta ¿oyes? Te gusta que sea así. ¿Crees que soy tonto?

Elena no iba a negarlo.

Estaba como loca en los brazos de Luis.

Y se preguntaba, confusamente turbada, si el amor era así, y Luis le decía al oído, o en su boca, o sobre los ojos:

–Es así. Así, así...

Sé por qué te tengo

Estaban allí, en la penumbra, perdidos en aquel lugar blando, acogedor.

–Querida mía.

–Te quiero, Cliff ¿oyes? –y sujetaba el rostro masculino entre sus dedos– ¿Oyes? Te quiero.

Y después, los brazos se enredaban en su cuello y los dedos se perdían nerviosos en su cara.

Y los labios se buscaban, se necesitaban, todo empezaba en aquel momento.

O todo continúa.

Pero diferente.

Nos separan los celos

–Pierre, qué viciosos eres.

–¿No te gusta?

–Sí, sí.

(...)

Si lo sabría él que era hombre adiestrado en el sistema amatorio.

Si sabía ella que Pierre era diferente a todos los demás.

Era pleno y plácido.

Era sofocante y lleno de intimidad.

Era vivir.

¿Morir?

Un día.

Pero vivía aún y entretanto viviera adoraría a Pierre.

Como Pierre la adoraba y la poseía a ella.

Una posesión íntimamente compartida, golosa, voluptuosa, placentera.

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